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miércoles, 16 de noviembre de 2022

La Ley. 16/11/22.

Se habla mucho de la ley estos días. No merece la pena perderse en detalles. Como es acostumbrado, quienes saben callan y quienes ignoran llenan el aire de palabras. Vivimos en una época que aspira, entre otras, a la literalidad y al entretenimiento. El resultado es un poco pringoso, el de una frivolidad que pudre lo que reviste, perdiendo el tiempo en la contemplación de lo obvio, agostando otros significados, otras oportunidades, la diversidad de lo que existe, en definitiva. La ley es hoy uno de esos tópicos extenuantes.

Esto es cuanto sé de mí, pues sólo puedo hablar de mí. Estudié derecho. Lo hice, como tantas otras cosas he hecho, sin mucho convencimiento, algo de curiosidad, la inercia de seguir en los estudios que me parecía lo único para lo que valía, un poco movido por una sensación de utilidad y de falta de confianza en mí. Había otras opciones, decidí que mi vida estaría plena de tiempo y que no lo malgastaría como un pródigo que acaba ofuscado sin saber lo que posee. Sobre el derecho, sobre la ley: no soy ningún experto. De la carrera, algunas partes me gustaron, otras no. Hoy odio que esas decisiones pospuestas hasta que sólo pudieron ser súbitas, ese ir con la corriente, haya sedimentado una tristeza que nunca se ha ido de mí.

Recuerdo dos fragmentos que me hicieron pensar en las leyes como algo valioso. En la sangrienta 300 de Frank Miller, Leónidas dice a su exiguo ejército que pelean, posiblemente mueran, por la ley, para evitar que se convierta en la voluntad de un hombre, el anhelo de Jerjes y los que son como él. Obviamente simplificadora y anacrónica, me gusta una idea en ella. Cuando la ley coincide con la conciencia, es la expresión de la libertad. El otro texto es el cuento mínimo de Kafka Ante la ley. Leedlo. Es misterioso y siniestro, básicamente la fútil pugna de alguien por estar dentro de la Ley mientras fuerzas más poderosas que su voluntad lo impiden. Si la ley es letra muerta, sin el espíritu que la vivifica, es una cárcel de cualquier anhelo justo. Pienso que cualquier reflexión sobre las leyes debiera ser un diálogo incesante de la voluntad de la gente que decidirá libremente someterse a ella, consciente de ambos extremos.   

Se dice a menudo, y es cierto, que la ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley. No obstante, creo que esta perspectiva soslaya el aspecto fundamental. No es la ley la hecha para la gente. Estamos hechos los unos para los otros, para vivir juntos. Hay una perversión del legalismo, desde luego, pero también está la de aquellos que desean sacar ventajas de la convivencia ignorando la libertad de otros porque han decidido que su deseo vale más. La ley es también el aprendizaje más necesario en el mundo de hoy, con su suma furiosa de egos desbocados: aprender a ser iguales en lo que importa, para ser libres siendo distintos. Creo que la única libertad posible nace tras entregarse uno a algo más grande, más poderoso e inefable, más allá. Ese algo no es la ley, sino la conciencia común de la que nace tras un proceso deliberativo (idealmente). 

No se engañe quien lee esto: hay que servir a alguien. Puede ser a la libertad o a la opresión, al ángel o al diablo, con conciencia o por desidia. La cobardía del mundo y el afán de seguridad buscan sirvientes. la libertad y la esperanza, también. El dinero, el poder, el rencor contra los males que acechan, en especial el otro, el enemigo. O en cambio el afán de encuentro y de alegría. Todo puede ser plasmado en una ley, Kelsen tiene razón. Sin embargo, para vivir fuera de la ley se debe ser honesto; Antígona lo fue. Depende de cada uno aspirar a vivir en una sociedad decente u opresiva. Depende de cada uno aspirar a conformar el tipo de persona que se desea llegar a ser.

Estos días la noche cae a plomo, apresuradamente nos envuelve a las aves y las gentes, el río, los hierros, las luces y el viento, la calzada y el rumor antiguo del día. Trato de no pensar mucho en mi país, el que me hizo, el que me hace ahora y pensar que mañana será otro día de libertad y oportunidad, porque la ley de la conciencia dicta que cada momento ha de ser atesorado. A las alas de este pensamiento entrego hoy mi espíritu, abatido y cansado.




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