Cada panel que aparece en la foto detalla decenas de disposiciones legales de discriminación a los judíos alemanes. Hay muchos más, en esta sala del Museo Judío de Berlín, recogiendo centenares de ellas desde 1933.
No soy historiador, ni tampoco un pensador original (o no original), pero me temo que nadie tiene respuesta al asesinato industrial, detrayendo recursos en una guerra total para acelerar la destrucción de millones de humanos. Sin embargo, creo que leer en detalle el minucioso proceso de exclusión y acoso permite comprender un clima moral desquiciado, encubierto en minucias procedimentales, legajos, el torno sereno y tedioso de la Ley, la decisión de apartar, señalar, asfixiar a los declarados enemigos del pueblo. Ser nadie en los papeles raramente leídos de los reglamentos y las disposiciones escondidas en leyes secundarias, ser nadie en la estructura social que se construye arduamente y se destruye en sospechas y acusaciones, ser nadie en la comunidad es un paso estremecedor hacia la vuelta de esos nadies a la nada. Las fantasías humanas a menudo son ridículas, pero sus consecuencias siempre son verdaderas; somos la imagen que creemos que somos. Peor aún, los otros son lo que la mayoría deciden que sean.
Supongo que esa es la esencia del difuso concepto de la banalidad del mal: no el daño por el odio feroz, sino por la aceptación mansa de un estado de cosas perverso que avanza escabrosamente y va girando la tuerca hasta la asfixia total, cuando ya nada importa. La banalidad del mal es acaso el reverso siniestro de la banalidad del bien, omnipresente hoy: la idea de que los grandes fines se bastan a sí mismos y su consecución faculta para violentar la realidad concreta, que mañana será mejor.
Olvidamos muy pronto el veneno lento de la separación, el temor letal de las mayorías, la podredumbre del sentimiento cuando se usa para azuzar el rencor contra la fortuna adversa, la ira que se pretende santa contra la diferencia. Me temo que el manido concepto de diversidad esconde caminos más arduos que los del lugar común y la fotografía autocomplaciente de una sociedad atenazada por la incertidumbre. Espero que hayamos aprendido, aunque pocos aprenden en piel ajena. Pero si no...ay de nosotros. Ay de todos.
La ciudad aún conserva nieve, aunque ha salido el sol. Sobre todas las fosas sale el sol al cabo, golpea la lluvia y se posa la nieve, deseando quizá un ocaso que borre la tragedia y logre comenzar de nuevo para que los nadies vuelvan y todos sean... aunque sabe, sabes, sé, que ya se ha hecho demasiado tarde.
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