Donde quiera que vamos, la realidad nos muestra su grandeza e indiferencia terrible a la vez que pequeñas muestras que sirven de símiles de aquella inabarcable, inefable experiencia. Y uno no conoce naturaleza más compleja que la humana. Ya sabéis lo del Barça pagando porque le dijeran que los árbitros iban de amarillo, o azul, o negro. Cada verdad es poliédrica y cada uno elige ciertos tonos y aristas. Lanzó al mar las mías. Creo que es un ejemplo altamente ilustrativo de la corrupción ambiental que respiramos cada día. La mentira que infecta la vida social y aún así, nos resulta preferible al frío, se ve.
Parece obvio que aparte de los acusados evidentes cuestiona la competición misma, ya cuestionada por quien no haya cerrado los ojos antes. No resulta plausible que de la noche a la mañana todo se desboque y ya han pasado por la puerta otras sospechas fundadas. Hay, además, antecedentes confirmados y penados. Y no pasó nada. Creo que vamos a lo mismo, el maquillaje de la indignación impostada. Es el mismo eco, la misma conversación del pasado o con él acerca de todo para que nada cambie y la conciencia quede tranquila. Embotada. Vivir es fácil con los ojos cerrados.
No pasará nada, porque nunca pasa nada: el fútbol es importante en la vida de mucha gente. Eso conlleva muchas consecuencias, no todas malas, por supuesto. Que el poder de la emoción y el dinero confluyan conduce a lo más difícil de resistir, la tentación. Es insensato pretender que en torno a la competencia salvaje, la lucha de poder y la excitación de la muchedumbre no se requieren contrapesos para controlar el impulso humano. Pero así vivimos; confiando en la probidad del Señor Alcalde, Diputado, Presidente de turno. Las instituciones que cada comunidad trata de erigir en común no pueden asumir la probidad de quienes las gestionan o su ingenuidad perecerá con ellas. Pero quién castiga al leal y premia al taimado lleva en el pecado su penitencia; el ataque al todo para recoger los mejores restos del naufragio. También es interesante comprobar de nuevo como el sistema recompensa largamente a quienes viven de zaherirlo.
No vivimos en una sociedad decente. La humillación constante del individuo por la masa, la mayoría, la gente se ha convertido en un género de moda. Las mismas masas se envilecen con excitaciones repentinas y adormecimientos duraderos, embotados en el miedo a que las cosas puedan cambiar, esclavos de la costumbre. Los protagonistas descubren con escándalo que en este casino se juega. Los líderes hacen juegos malabares para salvar la cara y mantener el chiringuito. La prensa no fiscaliza, se presta a recoger migajas de información que el poder, los poderes, disemina a conveniencia, o vende al mejor postor. Por cierto, un poder que es incapaz de proteger a cualquier acusado. Es más, colabora con insidias en su ultraje. Los jueces miran de reojo. La Corte permanece en silencio. Los sospechosos alzan la mano y desatan las lenguas con declaraciones vacuas. La lejanía es insondable.
Supongo que se me ha ido la cabeza un tanto con la alegoría. En fin, palabras lanzadas a la noche. Qué le vamos a hacer. El río se esconde tras la bruma nocturna y un ruido de fondo lo acompaña todo, en un mundo en el que no parece haber más justicia que aquella que la fuerza procura, cuando la codicia y la semilla de la corrupción parecen todo lo que existe. La conversación del pasado, sobre la soledad y la rebeldía, el fracaso y la paz, se apaga en un eco sinuoso y tenue, esperando que un jirón de nube permita contemplar alguna solitaria estrella.
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