Esta no es una entrada sobre la nutrición o la salud. Tampoco trata del capitalismo; a estas alturas de la historia, me parece que se ha convertido en una flatus vocis que encubre cualquier apelación concreta en una bruma espesa. Quisiera que fuera de otra forma, pero trata sobre la tristeza. Detesto la tristeza, miedo sublimado, mas no puedo evitar la nube de melancolía que marchita los frutos del tiempo malgastados. Hay veces que una extrañeza completa cruza la mente y todo parece ajado, irreal. Entonces, llega a los brazos y al alma un cansancio infinito.
He ido antes a comprar fruta y comida a un supermercado antes. Es uno orgánico, amistoso, saludable, optimista, caro. En fin, el hecho es que tiene mesas para poder comer un preparado rápido que hacen allí, supongo que apetitoso y bueno. Pero ver las colas, la agrupación, el rito presuroso de un momento personal encauzado por el ritmo indiferente del trabajo me desazona. Esperamos haciendo colas, nos arracimamos en torno a plataformas áridas y a veces comemos pensando en otras cosas, sin tiempo, ni pausa, ni respiro. Solo parece flotar en el aire entonces una mansedumbre culpable, sueños demasiado lejanos, la sensación de que la vida se nos empequeñece mientras nos hacemos cruces por mantener la costumbre que hemos adoptado como un dique precario contra el desamparo.
No sé, igual dramatizo en exceso: esa ceremonia de la desesperación calmada me enturbia la mirada. Siento que la vida está ausente, que quiero estar a mil kilómetros de todo y dormir hasta que todo pase. No creo en conspiraciones, como norma general, pero parece como si todo conspirase para recordarnos lo fácil que es perderlo todo y el miedo que debemos sentir. Comer es para mí, repito que no soy un sibarita, un acto gozoso de pérdida de tiempo para ganarlo con vida propia y atesorarlo en el corazón. Entiendo que el ritmo de la vida impone carencias hasta cierto punto, pero me sigue sorprendiendo que nos estemos perdiendo por el miedo a perder. Tiendo a pluralizar, no debería: siento que no tiene sentido sentir que doy mi tiempo a una maquinaria insaciable y quiero proteger mi libertad para que no se empape de los trabajos y las penas. Lo demás es comer a solas, vivir en un entorno aislado que apaga y una retórica inflamada que ni llama ni eleva.
La noche trae otra soledad, porque es la soledad misma. Recuerdo una cita de Karl Mannheim, traída como por la brisa,
Por todas partes, la gente espera a un mesías, y el aire está cargado de las promesas de profetas grandes o menores... todos compartimos la misma suerte: llevamos dentro más amor, y sobre todo más anhelo, de lo que la sociedad actual puede colmar. Todos hemos madurado para algo, y no hay nadie que recoja el fruto...
Pero también ofrece la noche en su seno un rumor lleno de promesa, antes de que el sueño nos ofrezca una tregua y el cielo una sábana donde encogernos y cerrar los ojos para no estar solos ni preocuparnos más.
Extrañeza completa.
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