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miércoles, 24 de febrero de 2016

24 de febrero de 2016.

Y la sensación que había experimentado otras veces se apoderó de él; aquella peculiar sensación, como soñada y también como de pesadilla de que todo se mueve y no se mueve nada, de cambiante permanencia que no es sino un constante volver a empezar y una vertiginosa monotonía; una sensación que ya le era conocida de otras veces y cuya repetición había esperado y deseado; en parte se debía a este deseo el que hubiera pedido que le mostrasen aquella pieza que pasaba de generación en generación sin que el tiempo pasase por ella.

Thomas Mann

Esta mañana hacía 4 grados bajo cero a la hora de ir al trabajo. La hora de presentarse en la fábrica tiene su propio rito; aceptamos despojarnos del ocio y entregar las manos a otros ecos ajenos y que nos suenan a mercancía gastada. El frío es la sensación de que tu cuerpo no se mueve, un bloque de tiempo inenarrable contra el que chocamos como olas agitadas y vanas. El frío que cala los huesos y colorea el vaho despierta y mueve. Bajo la ducha caigo desde alturas imperiales en las que una vez creí que estaría. Su torrente cálido me llama a su lado, a olvidarme de lo que venga. Pero las horas mandan, y el día se presenta como un folio en blanco que es en realidad un panel de mármol en el que nada puedo escribir sino deshojar mis uñas,

A las 8 de la mañana un sol de invierno hace promesas que incumple.  Y la cháchara de la escarcha y la sal anticipan la falta de movimiento de otro día ajado, del que de nuevo hemos sido vedados a compartir su zumo.

La noche cierra sus páginas con azul de metal. Y el leal radiador arrulla como si fuera un ángel protector. Las campanas de la catedral erosionan la hora, y todo vuelve a empezar, como corrientes de los ríos invisibles que nos llevan.

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