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viernes, 19 de febrero de 2016

Del miedo y de la sed perpetua

He tropezado antes con este artículo que trataba de la foto del año. No soy quien para entrar en ese debate, pero si quisiera comentar la foto ganadora del certamen. Esta es:


Es una foto que parece apelar a terrores primarios que desdeñamos en cuanto crecemos un poco. La expresión ida, zombificada, la alambrada, las manos, el cielo oscuro, el blanco y el negro. Me remite a películas de tramas simples, escenas inconsistentes y subrayado narrativo. Me hace recordar el concepto de miedo en la cultura popular, más asociado al estallido de horror repentino que a la grieta imparable. El contraste entre esa impresión primaria y una reflexión algo más masticada agota y conmueve. A las puertas de la acomodada Europa, zombies, extraterrestres, monstruos. Pero el monstruo es en lo que nos hemos convertido.

Menos mal que tengo a Camus. Es un amigo en este siglo de miedo, donde la muerte y sus mensajeros son ignorados de forma contumaz, merece más la pena estar sano que tener seguridad social, controlar el colesterol más que las condiciones en que la comida y la ropa nos son provistas y la duración más que  la esperanza. Cuando leí que un alto porcentaje de trabajadores de empresas como McDonalds o Walmart tienen que acudir, y sus empresas les asesoran, a las ayudas sociales porque sus sueldos no les permiten subsistir por si mismos (aquí, por ejemplo), supe que hay un Monstruo Mundial a ambos lados de la alambrada que nos ha subyugado las vidas, usando los conceptos contra las palabras, demediándonos. Fragmentados. Huídos.

Lo que más impresiona en el mundo en que vivimos es, primeramente y en general, que la mayoría de los hombres (salvo los creyentes de todo tipo) están privados de porvenir. No hay vida valedera sin proyección hacia el porvenir, sin promesas de maduramiento y de progreso. Vivir contra una pared es una vida de perros. ¡Y bien! Los hombres de mi generación y de la que ingresa hoy en los talleres y las facultades vivieron y viven cada vez más como perros.

 Nosotros vimos mentir, envilecer, matar, deportar, torturar y cada vez que sucedía era imposible persuadir a los que lo hacían de no hacerlo, porque estaban seguros de sí mismos y porque no se persuade a una abstracción, es decir al representante de una ideología. 

 Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión, porque el hombre fue entregado por completo a la historia y no puede volverse hacia esa parte de sí mismo, tan verdadera como la parte histórica, y que reencuentra ante la belleza del mundo y de los rostros; porque vivimos en el mundo de la abstracción, el mundo de las oficinas y de las máquinas, de las ideas absolutas y del mesianismo sin matices. Nos asfixia esa gente que cree tener la razón absoluta, ya sea con sus máquinas o sus ideas. Y para todos aquellos que no pueden vivir sino en el diálogo y la amistad de los hombres, este silencio es el fin del mundo.


Pero, aún llama cierta sed, algún grito o chasquido de huesos contra los muros. Y a esta impetuosa sed de escapar que pulsa con cada latido y vibra con cada pequeña rebelión como si fuera una victoria épica es a la que abrimos nuestras manos, como si se nos fuera confiado, en el frío de la medianoche, un niño desvalido.


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