"La verdad es lo que todo ser humano necesita para vivir y, sin embargo, no puede recibir o conseguir de nadie.Todo ser humano tiene que producirla una y otra vez desde su interior, si no perece.La vida sin verdad es imposible.La verdad es tal vez la vida misma"
Franz Kafka
Imaginad
Praga (siempre es un buen principio). La lluvia lame los cristales y
un agente de seguros escribe "hay que vivir en la verdad". Años
más tarde, hombres extasiados por un estúpido gozo, tratan de
voltear un camino impreciso en un país triste y temeroso. Y como la
comedia es tragedia más tiempo, con el paso de los años, alguien
quiere deconstruir la historia y reflexionar sobre el medios y el mensaje, incredulidades e ingenuidades. Por añadir algo
más a este contexto desdibujado, se podría rescatar del azaroso
siglo que algunas ficciones (los Protocolos de los sabios de Sión) llevan a espantosas realidades, como el
mayor genocidio de la historia, y algunas realidades oficiales son
cuestionadas por teorías de la conspiración. Sirva como preámbulo
algo engolado de esta entrada, añadiendo que vivimos en un mundo en
el que internet nos permite conocer con profusión lo que opina
cualquier idiota (como servidor).
Vi hace meses el falso documental acerca del 23F. Movido por el revuelo
suscitado (a pesar de que no me guste Jordi Évole ni sus blandas homilías laicas), me acerqué a él con suspicacia: la manipulación suele
consistir en omisiones, forzados ángulos de visión. Si dos personas
pactan darme una información falsa con propósitos pecuniarios,
legales o de entretenimiento, están conspirando, simulando o
fingiendo, pero no manipulan la información: inventan una realidad.
Es posible que ciertas veces las ficciones contengan una verdad más
profunda que el devenir rutinario (ya el viejo Aristóteles hablaba
de ello, y Cervantes quiso jugar, creando un género). Pero las palabras importan, y ya que el objetivo declarado es reflexionar
sobre la manipulación y la parcialidad de la información que
recibimos a diario, conviene separar. Es diferente desdibujar una
realidad conflictiva, añadiendo matices y limando aristas para
presentarla bajo la luz de nuestro interés que crear una ficción y
presentarla como una realidad ocultada. Entre otras cosas, porque esta
vez presupone el pacto de periodistas y políticos que, al menos
fuera de España deben vérselas con la realidad para contarla y
cambiarla. Es eliminar el conflicto de subjetividades del que surge
el acuerdo acerca de los límites que se excluyen de la visión
racional de un asunto y cambiar la polis por el teatro. Puede ser
divertido (yo me he reído bastantes veces, sobre todo con Ansón y
sus recurrentes fantasías, aunque no se tratara de eso), pero es
dudoso que una democracia se fortalezca en la desconfianza gratuita
en lugar de la crítica temperada.
Creo que es malicioso. Cualquier versión oficial deja resquicios que pueden crear
dudas. Para resolverlos hace falta veracidad y honradez, no
imaginación. Si había finalidad tras su emisión, no lo sé. Puedo imaginar
como lo vivió una ciudadanía que imagino agotada y con esperanza frágil,
temiendo una vuelta atrás a un pasado que muchos preferían al caos
de la libertad. Imagino ese país y resulta imposible simpatizar con
la idea de que es bueno usar su miedo para dar impresión de
veracidad y consolar a las personas que sintieron temor con una
farsa. Es un recurso barato y deshonesto para ganar audiencia y
relevancia. Y que frustra, no por la imagen de los medios, la
política y la historia oficial, sino por la imagen que devuelve el
espejo. Hombres y mujeres hastiados, extranjeros de si mismos,
viviendo una vida alienada, sintiendo el peso de los días y el
tedio, y que no queremos vivir en la verdad, sino sentir el mediocre
confort de la diversión. Que es, en una de sus acepciones, la "acción de desviar la atención"
Y no me
parece que como la pide el vulgo, haya que hablarle en gracioso para
darle gusto...siempre. Ni culpar a los demás de las fallas de hoy. Puedo imaginar muchos fallos de la generación que llevó a cabo la transición. La deslealtad no está entre ellas. Presentarla como un juego de trileros que buscaba perjudicar a un ente impreciso que tiene el derecho histórico de resarcirse es plantear un cuento para dormir asustados niños. No es el único: la generación plena de talento forzada a la emigración, la culpa y la queja por lo que otros han hecho, a veces en el remoto pasado, la consagración de la utopía como una piedra miliar que marca un supuesto sentido de la Historia...
En fin. Principios de realidad abatidos por fantasías pueriles que una ciudadanía idiotizada necesita para conjurar su vacío. Ejes valorativos transmutados de morales en joviales; el eje que divide un acto no es el bien/mal, sino el divertido/aburrido. Una creencia vital abierta a cualquier opinión sobrecargada de datos a través de una red de caudal infinito y fuentes precarias. Y tras una cortina espesa de lluvia, el presente continuo del pasado: un pequeño oficinista judío sintiendo que el mundo de verdad que buscaba estaba traspasado por ficciones sin fin. Recoge su sombrero y su maletín, y volviendo a casa, trata de recordar detalles de la pesadilla de la pasada noche, aquella en la que se había convertido en un repugnante insecto. Y ni siquiera así, decide. No debo permitirlo. No voy a volver la cara a la espantosa verdad que ese sueño me ha mostrado. Gloria a Kafka, gloria inmensa a él y a todos los que aún no se han rendido.
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