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lunes, 23 de octubre de 2017

23 de Octubre. El estilita y el friki. Saber perder.

Los libros viejos hablan de los estilitas, esos ascetas cristianos que huían del mundo para abrazar a Dios. Su afán nos resultaba grotesco y demencial. ¿Cómo podría ser de otro modo?, los niños ven la magia en todo lo que posan sus ojos. Y aún así, había algo que se escapaba de la comprensión racional de las cosas , parecía latir un extraño germen de destrucción, nos inquietaba. En fin, inquietud y burla, la comedia humana.

Por razones que no vienen al caso, estos últimos días he leído algunas cosas sobre "frikis", profesionales del asunto, por decirlo de alguna forma. Y me han hecho discurrir un poco. Como argumento de concesión, diré que no me gusta en absoluto ese fenómeno ni la sociedad que los forma. Me parece empobrecedor, triste, cruel y, sobre todo, sumiso. Al poder que nos conforma, trata de moldearnos, nos seduce y hastía, nos numera y seca para que nos cansemos y dejemos los aperos en la tierra cuarteada que desea germinar lo nuevo. Puede que todo esto sea una esperanza sin sentido real, pero es bello vivir por una esperanza, amenazando lo que se nos dice ser por lo que aspiramos a merecer ser.

Mas en ocasiones, ay, los entiendo demasiado bien. De esta danza febril que ahoga las miradas, de esta sinfonía amenazada de la fraternidad, de estos muros contra los que se recuesta la noche, ¿se elevará algún día el afecto? Yo lo creo. Pero en un mundo de competición y burla del fracaso que encubre el terror a su estigma, de pelea sin fin, de ardor sin piedad, ni calma, ni alivio, hay quienes han decidido arriar su bandera y levantar la blanca, simulando su rendición a las inclemencias humanas de la vida por la ilusión de un encuentro. Los veo, aclarando que no quieren competir, ni ser vistos como amenaza, ni molestar, y una piedad indebida me anega; indebida, pues soy como ellos. También conozco malos momentos, pesadumbres, mañanas sin sol. He tenido la suerte de estar en el lado soleado de la vida, y la dureza de lo indiferente me ha moldeado sin aplastarme, pues otros me cuidaron. Nada se perdió y, bien que mal, hoy me enfrento a esa indiferencia con rigor y serenidad. Cuando veo a todo ese universo friki, pienso que buscan lo que buscaban los esforzados ascetas antiguos. La huída de un mundo hostil para abrazar a otros que son como ellos, sin ni ganas de volar por encima de otros ni competir a cada segundo de la existencia. Y hoy, esta noche en que escribo estas líneas, me parece un acto de franca y genuina valentía.




Dundalk se acomoda contra el frío recibiendo la lluvia fina sin prisa y mirando la ría que lame su costado.


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