Me fascinan las "Crónicas marcianas". Es un conjunto de relatos del gran Ray Bradbury que conforman una crónica de la colonización de Marte por lo seres humanos. Mi favorito es "El picnic de un millón de años". Una familia escapa de la Tierra. Cansados de la humanidad y las faltas que lucen, muchas de las cuales se muestran en otros relatos (crueldad, rencor, odio), deciden romper con todo. Toman posesión espiritual de una tierra sin pasado, y en las rocas rojizas y las cumbres que arañan un cielo ajeno, quieren aprender a vivir. Son utopistas que acarrean una frustración sin nombre. Como tantos idealistas, el choque con la realidad les hace huir de ella buscando otro ideal aún más lejano. Allá arriba lo buscan, estremecidos por su propia audacia y la indiferencia hacia ella de los campos inertes y el horizonte eléctrico.
Hay tiempos convulsos en España y la segunda víctima, después de la verdad, es la templanza; saber escuchar, saber decir, querer saber. Actitudes deplorables se extienden y el calor de establo es cómodo para perdonarlo y condenarlo todo. En un punto así, entiendo a quien no toma partido. Es difícil tener que asumir una serie de ideas en bloque sin tener la opción de matizarlas o rechazar algunas.Sin embargo, creo que se puede hacer, y es bueno hacerlo. Si uno cree que debe tomar partido por una idea, debe hacerlo, atacando las otras, respetando a quienes las formulan. Tratando de convencer y abierto a ser convencido. De lo contrario, uno acaba formando parte de las almas bellas, la descripción del malicioso Hegel sobre todos aquellos que desean conservar un ideal tan puro que no se inmiscuyen en la lucha por conseguirlo por temor a no estar a su altura en la complejidad de lo real.
Estos días, leo muchos reproches acerca de quienes comparten las ideas de otros o de unos (quizá el unamuniano "hunos y hotros" viniera al caso), acerca de no querer vivir en un lugar donde hay, ponga usted el defecto que quiera. Una sociedad perfecta, sin fragor ni ruido, ni abusos ni personas coléricas, mezquinas, taimadas, destructivas. Es comprensible, anhelamos el paraíso y su armonía, la discrepancia debilita la supervivencia del grupo. Lo malo es que él no existe, al menos en esta vida y este mundo. Quien quiera una sociedad pura y rodeado de ángeles, puede ir cogiendo el próximo cohete a Marte, no sin antes preparar la comida y el mantel para un picnic que quizá pueda durar un millón de años.
Dundalk se oscurece el rostro bajo la niebla húmeda y las campanas de las iglesias repican buscando esa luz que agoniza.
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