La mano homicida de los más sanguinarios tiranos de Shakespeare retrocedía después de una decena de cadáveres. Porque no tenían ideología. Resulta difícil no acordarse del dictamen de Solzhenitsyn, y aún más difícil no suscribirlo. Las abstracciones perfilan con un único rostro impasible los grupos, borran las arrugas de las manos y despojan de color a los miserables seres humanos, que morirán mañana y han sufrido amargura.
Es tentador claro. Hemos venido a este mundo a ver insatisfechas la mayor parte de nuestras aspiraciones; "la ley de la gravedad es dura, pero es la ley". La educación debe ser esa preparación para la indiferencia del mundo y tratar de acogerse a un santuario de actitudes, principios y baluartes contra la tempestad de cada día. Pero eso era antes. Ahora el ciudadano moderno es sometido al taimado masaje de su importancia y se cultiva su frustración interna a través de su negación, envuelta en brillos y apariencia de plenitud. Hay muchas palabras nocivas que parecían deseables cuando las aprendimos: honor, patria, revolución, gloria. Hay otra, guiñando sus ojos maliciosos que puede ser la compañera mas fiel o la hacedora de las peores bajezas: la esperanza.
No es solo mala porque alargue el tormento. Exalta a los grupos como si el futuro les debiera algo; bebe de las aguas del Leteo para hacernos despreciar los pasados errores y hacernos arrogantes, pensando que nosotros somos mejores y los soslayaremos; Agita y crispa en pos de un castillo de mármol en el aire del que pretendemos hacernos dueños y que a cambio nos esclaviza. Quizá en los momentos de soledad ayuda a querer pelear. En las sociedades aniñadas de hoy, saca del mundo en delirios colectivos y aísla a seres que comparten las desdichas de la soledad y la pérdida para enfrentarlos, a cambio de unir a los grupos en jaurías humanas y dar calor de establo.
No tengo esperanza pero el futuro no lo decido yo solo. Como el hidalgo, algún día tratare de empezar a cabo la única revolución posible; tratar de ser bueno con quien está a tu lado. Como si todo estuviera perdido. Una salus victis nullam sperare salutem: la única salvación de los vencidos es no esperar ninguna salvación. Y mientras tanto, no me voy a creer que el Estado va a venir a ayudarme o que cualquier otro sabe mejor que yo lo que me conviene, porque está ilusionado.
Hablo a Dundalk de Unamuno; primero la verdad que la paz. Quizá no sea muy prudente en estos tiempos. Pero vivir en la mentira y de la mentira solo conduce a mirar la basura con los ojos arrebolados a un futuro que se burlará de nosotros.
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