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jueves, 30 de noviembre de 2017
Las invasiones bárbaras
Me resulta a veces tan sencillo abstraerme de un principio de realidad que a veces temo que perderé el hilo de cordura que une las cosas y teje las consecuencias. Tengo por más reales imaginaciones enquistadas en las rendijas de la vida, sueños que deseo mantener alzados para ignorar todo lo perdido, que no difiero de quien ve la cara de las cosas a través del humo o el gas, distorsionado. No me importa admitirlo porque nunca he contemplado un verdadero encuentro. No me place pensar, pero debería pensar, que quizá haya tierra quemada dentro de mí y un impulso que me acerca a la soledad como un bien invaluable donde luego sufro. Y oigo voces que creo reconocer y son el aire de la calle, y figuras que corresponden a ausencias que nunca podré dejar atrás y lastran el ascenso a un futuro que voy dejando atrás mientras cierro los ojos.
Son invasiones bárbaras que anonadan, dramas sin razón cuando debiera relajarme y tomar lo que se me ofrezca. Simplemente, no puedo. Es un fuego que acompaña desde el principio para plantar voces, figuras y sueños en un mundo impasible y silencioso que se va ajando como consumido por ese fuego invisible, revelando sus cenizas. Llega hasta mis bordes y cauteriza todo, cada remordimiento y cada euforia para hacer de él una realidad obscena, un muro de silencio irrompible. Y esas invasiones bárbaras con carros de fuego devorando todo son los compases casi inaudibles de la angustia, que casi se consuela pensando en la caída sin remedio en la mar helada sin fin que rodea ese abismo interior, grácil y plácida cuando ya nada importe.
Dundalk arrea a los perros del invierno contra las certezas.
lunes, 27 de noviembre de 2017
27/11/2017
Cada mañana ten por seguro que tropezarás con ingratitud, incomprensión, ira. Trata esos excesos como partes de ti, de la materia defectuosa que te forma y sin ignorarlos, trata de superarla. No seas espejo de lo que te angustia ni cedas a la cobardía del desánimo. Sé indulgente con el puro y aléjate del taimado. Aprende todo lo que puedas para ser consciente de tu ignorancia: la humildad es el camino, si lo hay, hacia la esfera de la paz sabia. Recuerda y olvida con cuidado. La memoria es la caricia y el cuchillo de los que ya no pueden darnos ni calor ni daño.
En las horas que preceden al sueño, da gloria a tu vida con tus actos. Duerme y vela con la tranquilidad de quien ha entregado lo mejor a la pérfida indiferencia del mundo para que lo marchite. Ese debe ser nuestro destino. Aparta el mal. Sé valiente.
Dundalk mira las calles con amor de madre.
En las horas que preceden al sueño, da gloria a tu vida con tus actos. Duerme y vela con la tranquilidad de quien ha entregado lo mejor a la pérfida indiferencia del mundo para que lo marchite. Ese debe ser nuestro destino. Aparta el mal. Sé valiente.
Dundalk mira las calles con amor de madre.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
22/11. La niebla
Crece por los resquicios de los muros y las pieles despojadas de las luces mecánicas. Se derrama en la cumbre de las alcantarillas. Siluetea a los hombres grises con su maletín siniestro, y revive los sueños de la noche anterior. Trae el rumor de los temores atávicos y alivia del roce de los días con su belleza impasible. Ciega las cimas para que creamos en nuestro afán. Afila los detalles y estiliza las formas. Oculta y sana. Detiene y lanza. Es.
Empieza a pesar el invierno. Salgo y llego a casa en la oscuridad, el frío me aconseja quedarme en casa y la chimenea, muda, no acoge mis brazos cansado. Escribo, leo, veo algo, trato de estudiar, me preparo para mañana, mecanizo la angustia y el sentido o su falta en una repetición de gestos. Sin embargo, a veces imagino mi ventana contra el mar eterno o el monte abrumador y la niebla acompaña, sigilosa y lúgubre su contemplación numinosa. Me pregunto si en esa ventana dentro de mí no hay apresado alguien, alguien mejor que yo y que debería dejar salir para pelear contra la sombra. Y la niebla ya ha llegado a ese punto y me invita a expandirme, a recoger los trastos y hacerme silueta yo también, con la espalda pesada y los párpados lentos, pero infatigable hacia un sol blanco de invierno y despertar en la contemplación de su algodón brillante. Y al fin y al cabo, soñar con el cabotaje y zarpar, mecido por olas que nunca sabrán que existí, y entre las manos inacabables de la bruma, sentir entre sus jirones una luz que nos llama y saber llegar a ella, para ser de una vez, solo un instante, pero para siempre.
Dundalk prodiga luces de coches y semáforos que colorean la niebla y me acercan la mañana en su lienzo gastado.
Empieza a pesar el invierno. Salgo y llego a casa en la oscuridad, el frío me aconseja quedarme en casa y la chimenea, muda, no acoge mis brazos cansado. Escribo, leo, veo algo, trato de estudiar, me preparo para mañana, mecanizo la angustia y el sentido o su falta en una repetición de gestos. Sin embargo, a veces imagino mi ventana contra el mar eterno o el monte abrumador y la niebla acompaña, sigilosa y lúgubre su contemplación numinosa. Me pregunto si en esa ventana dentro de mí no hay apresado alguien, alguien mejor que yo y que debería dejar salir para pelear contra la sombra. Y la niebla ya ha llegado a ese punto y me invita a expandirme, a recoger los trastos y hacerme silueta yo también, con la espalda pesada y los párpados lentos, pero infatigable hacia un sol blanco de invierno y despertar en la contemplación de su algodón brillante. Y al fin y al cabo, soñar con el cabotaje y zarpar, mecido por olas que nunca sabrán que existí, y entre las manos inacabables de la bruma, sentir entre sus jirones una luz que nos llama y saber llegar a ella, para ser de una vez, solo un instante, pero para siempre.
Dundalk prodiga luces de coches y semáforos que colorean la niebla y me acercan la mañana en su lienzo gastado.
lunes, 20 de noviembre de 2017
El dios de la mirada amplia
El día trajo el recuerdo de un verso de Borges a cuenta de un nombre, y fui a parar al Dios Jano. Curioso como soy, quise saber más de esa figura que vigila mirando en ambas direcciones el devenir. La mitología dice que Saturno, agradeciendo su cobijo tras la persecución de Jupiter, otorgó a Jano del poder de ver a un tiempo el pasado y el futuro, para hacerlo sabio y justo. Plutarco sugiere que Jano mira a la vez Oriente y Occidente y equilibra así el cosmos.
Es hermosa historia. Justicia que requiere la contemplación de la experiencia como una siembra paciente, sabiduría que busca un futuro donde pueda florecer el mejor impulso que nos mueve. Armonía, equilibrio, en fin, para no atarse al pasado en una justicia que se torne en rencor o venganza ni perder el paso en busca de un futuro imaginado y tan irreal y deseable que ignore la batalla de hoy.
Imagino a Jano viviendo el momento y siendo grande en el secreto de la vida, tan fácil de formular como difícil de llevar a cabo; prestar atención y verter todo el ser en las empresas iniciadas. Imagino también su némesis: una mirada parcial sobre el pasado que impida el perdón, auténtica sal de la tierra (y nunca es tan arduo como el perdón que nos debemos por todas nuestras faltas) y una ensoñación acerca del futuro que lo disgregue del momento presente y de nuestra aspiración a construirlo.
Es el dios de los umbrales, donde todo puede empezar o cerrarse. Da nombre a Enero, con su ilusión de un nuevo principio. Es, al fin, quien controla el tiempo, el verdadero motivo que nos construye y deshace. He querido, en mis horas más altas, hacer de él un surco que me llevara a casa, viejo y cansado para atravesar la puerta iluminada y volver a ser el niño feliz que fui, rodeado de quienes me procuraron tantos días gratos.
Recuerdo una tumba en un cementerio perdido en el condado de Donegal. Rodeado de cruces celtas, hierbas altas y barro, allí estaba su efigie ignorada. Pensé entonces con fruición que quizá una villa lejana de conocimiento había existido alguna vez en ese prado triste. Luego, pensé que era lo más apropiado. La armonía, la justicia y la sabiduría son obstáculos para andar por el mundo y el tiempo pasa despótico sobre todos, postrando las estatuas y las ambiciones de quienes las erigen.
Dundalk tiene también el extraño don de adentrarse en un futuro que yo no conoceré. Y entre el manto azulado de la noche templada, sabe callarlo.
Es hermosa historia. Justicia que requiere la contemplación de la experiencia como una siembra paciente, sabiduría que busca un futuro donde pueda florecer el mejor impulso que nos mueve. Armonía, equilibrio, en fin, para no atarse al pasado en una justicia que se torne en rencor o venganza ni perder el paso en busca de un futuro imaginado y tan irreal y deseable que ignore la batalla de hoy.
Imagino a Jano viviendo el momento y siendo grande en el secreto de la vida, tan fácil de formular como difícil de llevar a cabo; prestar atención y verter todo el ser en las empresas iniciadas. Imagino también su némesis: una mirada parcial sobre el pasado que impida el perdón, auténtica sal de la tierra (y nunca es tan arduo como el perdón que nos debemos por todas nuestras faltas) y una ensoñación acerca del futuro que lo disgregue del momento presente y de nuestra aspiración a construirlo.
Es el dios de los umbrales, donde todo puede empezar o cerrarse. Da nombre a Enero, con su ilusión de un nuevo principio. Es, al fin, quien controla el tiempo, el verdadero motivo que nos construye y deshace. He querido, en mis horas más altas, hacer de él un surco que me llevara a casa, viejo y cansado para atravesar la puerta iluminada y volver a ser el niño feliz que fui, rodeado de quienes me procuraron tantos días gratos.
Recuerdo una tumba en un cementerio perdido en el condado de Donegal. Rodeado de cruces celtas, hierbas altas y barro, allí estaba su efigie ignorada. Pensé entonces con fruición que quizá una villa lejana de conocimiento había existido alguna vez en ese prado triste. Luego, pensé que era lo más apropiado. La armonía, la justicia y la sabiduría son obstáculos para andar por el mundo y el tiempo pasa despótico sobre todos, postrando las estatuas y las ambiciones de quienes las erigen.
Dundalk tiene también el extraño don de adentrarse en un futuro que yo no conoceré. Y entre el manto azulado de la noche templada, sabe callarlo.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
15/11. El vacío del ascenso.
Kafka nos dijo que en la lucha entre uno y el mundo, el apostaría por el mundo. Retomando el tema, Camus propuso la rebelión como la actitud correcta ante el absurdo desorden de la vida. Nada es tan claro, por supuesto, y los absurdos y las rebeliones pugnan, expiran, vuelven y se ahogan para volver más fuertes en el seno del tiempo. Si en Kafka el absurdo reprime sin concesiones rebeliones de las que no sabemos nada en procesos opacos, en Camus la rebelión es Sísifo obstruyendo la desesperación de su castigo sin esperanza.
Como tantos otros de mi tiempo, siento que que esa rebelión, quijotesca y faústica es a un tiempo deseable e imposible. Sentimos los muros altos y la imposibilidad de un verdadero encuentro, a la vez que soñamos con la savia de los otros corriendo por nuestras venas en un gesto hacia la mañana. Miramos en busca de los hermosos recuerdos de ayer para sentir ese grito que aleja el frío y el sinsentido del desamparo. No hemos hecho pactos con el cálculo ni la codicia, pero deseamos ser en un momento puro la sal de la tierra, alcanzando cumbres arduas, sostenidos por la bravura ayudada de la inteligencia activa; eso es a lo que llaman fuerza.
Tiene, no obstante, un peligro obvio. Alcanzar la pelada cima de roca despojando de jirones nuestro tiempo, nuestro impulso, el alma. Disolviendo las ganas como azucares en un café espeso, podríamos ser atrapados por nuestra propia ambición encendiendo un fuego que queme los santuarios por querer alabar a las deidades con más ímpetu.
Siento la vida como una de estas divinidades esquivas, a las que no se puede teorizar o buscar; solo someterse a ella y aceptar lo que traiga. Voy a pelear para subir a los riscos, hasta donde el esfuerzo no me vacíe por dentro ni las aves rapaces reinen. Y desde allí, seré el preso consciente de que los muros de su prisión existen, como desde el primer día. Pero ahora el horizonte es demasiado amplio como para divisarlos.
Dundalk se pregunta si seré capaz de mantener ese propósito. Y yo, temeroso y audaz, me pregunto lo mismo.
Como tantos otros de mi tiempo, siento que que esa rebelión, quijotesca y faústica es a un tiempo deseable e imposible. Sentimos los muros altos y la imposibilidad de un verdadero encuentro, a la vez que soñamos con la savia de los otros corriendo por nuestras venas en un gesto hacia la mañana. Miramos en busca de los hermosos recuerdos de ayer para sentir ese grito que aleja el frío y el sinsentido del desamparo. No hemos hecho pactos con el cálculo ni la codicia, pero deseamos ser en un momento puro la sal de la tierra, alcanzando cumbres arduas, sostenidos por la bravura ayudada de la inteligencia activa; eso es a lo que llaman fuerza.
Tiene, no obstante, un peligro obvio. Alcanzar la pelada cima de roca despojando de jirones nuestro tiempo, nuestro impulso, el alma. Disolviendo las ganas como azucares en un café espeso, podríamos ser atrapados por nuestra propia ambición encendiendo un fuego que queme los santuarios por querer alabar a las deidades con más ímpetu.
Siento la vida como una de estas divinidades esquivas, a las que no se puede teorizar o buscar; solo someterse a ella y aceptar lo que traiga. Voy a pelear para subir a los riscos, hasta donde el esfuerzo no me vacíe por dentro ni las aves rapaces reinen. Y desde allí, seré el preso consciente de que los muros de su prisión existen, como desde el primer día. Pero ahora el horizonte es demasiado amplio como para divisarlos.
Dundalk se pregunta si seré capaz de mantener ese propósito. Y yo, temeroso y audaz, me pregunto lo mismo.
lunes, 13 de noviembre de 2017
The death of Stalin. La risa y los veinte millones.
Vi el sábado "The death of Stalin", un estreno reciente por aquí. Imaginaba una comedia con toques negros y me encontré con una carcajada en medio de la oscuridad del terror. De ese modo, uno acaba sintiendo una serie de impulsos contradictorios. Es una película llena de momentos hilarantes en los que el platillo que remata el chiste es una ejecución o una tortura en segundo plano. Por eso, a la risa del chiste se trata de usar la risa como antídoto contra el terror omnipresente. Y uno no se acaba de sentir bien simplemente disfrutando con ello. Pero a cambio funciona muy bien como catarsis. Y al fin, libera sentir gozo con una comedia bien construida a la vez que repudias a esos personajes ridículos, que se paralizan de miedo ante una violencia o muerte concreta y la derraman en abstracto desde su palacio.
Quizá la sátira es la respuesta más adecuada a la tiranía. Viendo la película, me preguntaba si lo único que hiela la sangre después de haber reído es la fragilidad expuesta de los figurantes, desenfocados, víctimas de una necesidad de la trama cómica a los que una bala, un segundo, despojan de todo. Menos de lo que dura una risa. Y al fin, eso también es parte del teatro del absurdo de la comedia humana; fingir que no somos conscientes de ello.
Me ha gustado mucho. Os la recomiendo, cuando llegue a los cines. No llevo comisión.
Dundalk sabe que de lo que no se puede evitar, lo mejor es reírse. Ambos miramos en la niebla como prosperan las sombras.
Quizá la sátira es la respuesta más adecuada a la tiranía. Viendo la película, me preguntaba si lo único que hiela la sangre después de haber reído es la fragilidad expuesta de los figurantes, desenfocados, víctimas de una necesidad de la trama cómica a los que una bala, un segundo, despojan de todo. Menos de lo que dura una risa. Y al fin, eso también es parte del teatro del absurdo de la comedia humana; fingir que no somos conscientes de ello.
Me ha gustado mucho. Os la recomiendo, cuando llegue a los cines. No llevo comisión.
Dundalk sabe que de lo que no se puede evitar, lo mejor es reírse. Ambos miramos en la niebla como prosperan las sombras.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Hasta luego, Chiquito. 11/11/17
Se nos ha ido chiquito, pero hace tiempo que ya se había quedado. Como todas las modas, hubo un momento de extrañeza, un bombardeo y cierto hastío posterior hasta que las aguas volvieron a su cauce. Pero nunca hubo en ello nada impostado o forzado, simplemente reírse porque sí, por algo que no se podía definir pero te hacía un poco más feliz.Y que más se puede pedir.
Así que ya ve, Don Gregorio. Años de hambre, moverse más que un garbanzo en la boca de un viejo para buscarse la vida, viajes y distancia de su compañera, seguir después de los dolores, evitar tanto fistro, padecer del diodeno y seguir adelante, ahora tanta gente le despide, como a un hombre bueno que hizo reír a tantos sin querer meterse con nadie. Gracias por todo. Yes, we jarl. Hasta luego y que la tierra te sea leve, Lucas.
Dundalk no entiende, pero no siempre es preciso saberlo todo. Sigue soplando las nubes de espuma y silba.
Así que ya ve, Don Gregorio. Años de hambre, moverse más que un garbanzo en la boca de un viejo para buscarse la vida, viajes y distancia de su compañera, seguir después de los dolores, evitar tanto fistro, padecer del diodeno y seguir adelante, ahora tanta gente le despide, como a un hombre bueno que hizo reír a tantos sin querer meterse con nadie. Gracias por todo. Yes, we jarl. Hasta luego y que la tierra te sea leve, Lucas.
Dundalk no entiende, pero no siempre es preciso saberlo todo. Sigue soplando las nubes de espuma y silba.
jueves, 9 de noviembre de 2017
Syberia. Nueve de noviembre.
Como tantos otros, he pasado horas frente a pantallas, como hago ahora. Supongo que he perdido experiencias. Pero tampoco se trata de idealizar la siega y la recogida de la patata, joder. En lo que se refiere a ordenadores, debo momentos muy gratos a las aventuras gráficas, esos relatos interactivos que como novelas realistas, tratan de hacer desaparecer el olvido: lo que haces, cuenta para avanzar o no. He estado jugando últimamente a "Stranger Things", me inicié con el insuperable "Monkey Island", volví a encontrarme con viejos monjes amigos de mente afilada en "La abadía del crimen"...
Hay, sin embargo, un título que me arrebata más allá del puro placer lúdico. Puede que sea su diseño, su melancolía de trenes solitarios, su protagonista que huye hacia lo desconocido para encontrarse, su renuncia a establecerse. Es la historia de un niño enclenque y de talento, su amada hermana y las figuras que crean para aliviarse de la soledad del mundo. Y que bien retratada esta esa soledad en Syberia. Alpes franceses, universidades alemanas, colosos soviéticos...personajes que ocupan nuestra vida durante un tiempo, de movimientos mecánicos y despedidas cuando alcanzamos otro estadio en el juego del devenir. Katie Walker, nuestra protagonista, audaz, sensible, valiente y divertida, es lo que uno quisiera ser. Y cuando uno salva el juego y vuelve a sus días, siente que la vida es mejor con un billete de ida y una historia que descubrir. Te sientes triste por abandonar ese mundo sin autómatas de buen corazón, sabios ensimismados y enigmas que en algún otro lugar tienen sentido. Solo por una vez, pero para siempre. Y entonces vuelves la mirada a la nieve y la marca de las pisadas te parece real, porque hay algo dentro de ti que se queda en ellas.
Hay, sin embargo, un título que me arrebata más allá del puro placer lúdico. Puede que sea su diseño, su melancolía de trenes solitarios, su protagonista que huye hacia lo desconocido para encontrarse, su renuncia a establecerse. Es la historia de un niño enclenque y de talento, su amada hermana y las figuras que crean para aliviarse de la soledad del mundo. Y que bien retratada esta esa soledad en Syberia. Alpes franceses, universidades alemanas, colosos soviéticos...personajes que ocupan nuestra vida durante un tiempo, de movimientos mecánicos y despedidas cuando alcanzamos otro estadio en el juego del devenir. Katie Walker, nuestra protagonista, audaz, sensible, valiente y divertida, es lo que uno quisiera ser. Y cuando uno salva el juego y vuelve a sus días, siente que la vida es mejor con un billete de ida y una historia que descubrir. Te sientes triste por abandonar ese mundo sin autómatas de buen corazón, sabios ensimismados y enigmas que en algún otro lugar tienen sentido. Solo por una vez, pero para siempre. Y entonces vuelves la mirada a la nieve y la marca de las pisadas te parece real, porque hay algo dentro de ti que se queda en ellas.
En Syberia,
los mamuts aún existen.
Autómatas marcan y guían trenes hacia el pasado
y jóvenes parisinas pierden sus boutiques y su
futuro
persiguiendo espejismos que la helada eterniza.
Las estatuas comunistas languidecen en la noche
obreros musculosos, el hombre nuevo que
conocerá el reino de los cielos en este valle de lágrimas
no vale lo que vale un robot en Syberia.
En Syberia la luz se apaga
y el tiempo goza el transito del hielo. Esculpí
mi libertad en Syberia
entre un manojo de caminos imposibles,
porque la mano del programador, cual Dios,
atronó en mi pantalla, "no pasarás de aquí,
y aquí se romperá la soberbia de tus
olas".
En Syberia una vez, fui un ángel caído.
Una vez en toda vida, tus pasos te conducirán a
Syberia
y en la decadencia, el vaho y tu frustración
esperanzada
te mostrarán su significado simple; hay que
llegar a Syberia porque ella llama siempre
llenó tus sueños
y moldeó tu carácter. La encontrarás, blanca eterna, vacía
y allí, radiante y perdido,
de los días voraces y las personas serias y los
falsos profetas y los secos de imaginación
allí sabrás resistir.
Dundalk luce intrigado una mirada que escruta más allá de la cortina de lluvia y la niebla hacia esa tierra de la que le hablo, que está en la Gran madre Rusia como en los escollos de Blackrock: esa tierra de resistencia y pundonor. Creo verle una sonrisa; hay ocasiones en las que sentirse capaz de aguantar lo que significa un día equivale a tener la eternidad en un segundo, como Katie y yo siendo ella, logramos hace tiempo en Syberia. A veces apago mis ojos, para volver allí.
jueves, 2 de noviembre de 2017
Dos de noviembre. Por el ojo de una aguja.
Ayer me llegó este libro. Trata de la sustitución del paganismo por el cristianismo, quizá la última revolución radical, y de las concepciones de riqueza y pobreza, justicia y maldad derivadas de ella. La verdad es que es un periodo que me resulta fascinante, la superposición de un modo radicalmente distinto de estar en el mundo sobre una pátina cultural añeja e inmensa. El cambio que nadie podría haberse imaginado. Pero la verdad, no quiero escribir de esto, sino de por qué leer historia, querer conocerla más, degustarla.
Somos breves. El tiempo que pasemos aquí, cada amargura y cada éxtasis, cada rebelión y cada lágrima, colocadas en un pedestal de días que se nos hacen largos, serán una cantidad abrumadora que el paso de la Historia disolverá mañana sin darse apenas cuenta. Pasa cada día. La vida se abre camino a través de una pila de cuerpos que cobijaron almas. Y los aviones despegan y los bosques anochecen, día a día, sin mirar atrás.
Creo que le historia es la maestra de la vida, y la lectura un licor contra nuestra insignificancia. Ya sé que vivir en los tiempos que corren equivale a ser un niño algo caprichoso que consigue lo que sus instintos disponen; lo demás es sucedáneo, pálido, barato. Me consuela de tanto sinsentido y tanta estupidez ignorante de nuestra brevedad saber los huertos de otros aspirantes a sabios, las peleas interiores de aquellos que hendieron la azada de la fe en los surcos de sus propias dudas, la audacia demente de quienes ya sé que fracasarían luego. Me reposa de las luces agresivas de los establecimientos, las verdades eufónicas de aquellos que nunca se plantean cambiar de rumbo, los ritos colectivos de las euforias agrias, el terror ante el olvido que seremos. La ignorancia, siempre culpable, de nuestro peligro perpetuo latente para acudir al dictado de las consignas de la moda, el poder, la culpa soterrada.
Por eso me gusta la historia, por eso leo. Para acallar los ladridos de la desesperanza, conocer a otros. Pretender que un patricio del siglo V del occidente romano quizá pueda legar un pensamiento luminoso a una brizna e hierba que piensa en sí y mira preocupada, hastiada, vencida, como un país al que aún llama suyo se dirige alegremente hasta un precipicio que quizá merece. Hubo momentos peores, y gente que vio a Dios entre la niebla, o construyó tapias para santuarios feroces. Ya no hay espacio, ni islas. Pero cuando todo esto acabe, incluso si es repentino, espero caer con la serenidad clasica que otros ejemplos dejaron. Aunque sepa muy bien que nadie contará mi historia.
Dundalk mira asombrada las cicatrices que las nubes muestran bajo el hechizo de la luna.
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