El día trajo el recuerdo de un verso de Borges a cuenta de un nombre, y fui a parar al Dios Jano. Curioso como soy, quise saber más de esa figura que vigila mirando en ambas direcciones el devenir. La mitología dice que Saturno, agradeciendo su cobijo tras la persecución de Jupiter, otorgó a Jano del poder de ver a un tiempo el pasado y el futuro, para hacerlo sabio y justo. Plutarco sugiere que Jano mira a la vez Oriente y Occidente y equilibra así el cosmos.
Es hermosa historia. Justicia que requiere la contemplación de la experiencia como una siembra paciente, sabiduría que busca un futuro donde pueda florecer el mejor impulso que nos mueve. Armonía, equilibrio, en fin, para no atarse al pasado en una justicia que se torne en rencor o venganza ni perder el paso en busca de un futuro imaginado y tan irreal y deseable que ignore la batalla de hoy.
Imagino a Jano viviendo el momento y siendo grande en el secreto de la vida, tan fácil de formular como difícil de llevar a cabo; prestar atención y verter todo el ser en las empresas iniciadas. Imagino también su némesis: una mirada parcial sobre el pasado que impida el perdón, auténtica sal de la tierra (y nunca es tan arduo como el perdón que nos debemos por todas nuestras faltas) y una ensoñación acerca del futuro que lo disgregue del momento presente y de nuestra aspiración a construirlo.
Es el dios de los umbrales, donde todo puede empezar o cerrarse. Da nombre a Enero, con su ilusión de un nuevo principio. Es, al fin, quien controla el tiempo, el verdadero motivo que nos construye y deshace. He querido, en mis horas más altas, hacer de él un surco que me llevara a casa, viejo y cansado para atravesar la puerta iluminada y volver a ser el niño feliz que fui, rodeado de quienes me procuraron tantos días gratos.
Recuerdo una tumba en un cementerio perdido en el condado de Donegal. Rodeado de cruces celtas, hierbas altas y barro, allí estaba su efigie ignorada. Pensé entonces con fruición que quizá una villa lejana de conocimiento había existido alguna vez en ese prado triste. Luego, pensé que era lo más apropiado. La armonía, la justicia y la sabiduría son obstáculos para andar por el mundo y el tiempo pasa despótico sobre todos, postrando las estatuas y las ambiciones de quienes las erigen.
Dundalk tiene también el extraño don de adentrarse en un futuro que yo no conoceré. Y entre el manto azulado de la noche templada, sabe callarlo.
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