Translate

jueves, 9 de noviembre de 2017

Syberia. Nueve de noviembre.

Como tantos otros, he pasado horas frente a pantallas, como hago ahora. Supongo que he perdido experiencias. Pero tampoco se trata de idealizar la siega y la recogida de la patata, joder. En lo que se refiere a ordenadores, debo momentos muy gratos a las aventuras gráficas, esos relatos interactivos que como novelas realistas, tratan de hacer desaparecer el olvido: lo que haces, cuenta para avanzar o no. He estado jugando últimamente a "Stranger Things", me inicié con el insuperable "Monkey Island", volví a encontrarme con viejos monjes amigos de mente afilada en "La abadía del crimen"...

Hay, sin embargo, un título que me arrebata más allá del puro placer lúdico. Puede que sea su diseño, su melancolía de trenes solitarios, su protagonista que huye hacia lo desconocido para encontrarse, su renuncia a establecerse. Es la historia de un niño enclenque y de talento, su amada hermana y las figuras que crean para aliviarse de la soledad del mundo. Y que bien retratada esta esa soledad en Syberia. Alpes franceses, universidades alemanas, colosos soviéticos...personajes que ocupan nuestra vida durante un tiempo, de movimientos mecánicos y despedidas cuando alcanzamos otro estadio en el juego del devenir. Katie Walker, nuestra protagonista, audaz, sensible, valiente y divertida, es lo que uno quisiera ser. Y cuando uno salva el juego y vuelve a sus días, siente que la vida es mejor con un billete de ida y una historia que descubrir. Te sientes triste por abandonar ese mundo sin autómatas de buen corazón, sabios ensimismados y enigmas que en algún otro lugar tienen sentido. Solo por una vez, pero para siempre. Y entonces vuelves la mirada a la nieve y la marca de las pisadas te parece real, porque hay algo dentro de ti que se queda en ellas.



En Syberia,
los mamuts aún existen.

Autómatas marcan y guían trenes hacia el pasado
y jóvenes parisinas pierden sus boutiques y su futuro
persiguiendo espejismos que la helada eterniza.

Las estatuas comunistas languidecen en la noche
obreros musculosos, el hombre nuevo que conocerá el reino de los cielos en este valle de lágrimas
no vale lo que vale un robot en Syberia.

En Syberia la luz se apaga
y el tiempo goza el transito del hielo. Esculpí mi libertad en Syberia
entre un manojo de caminos imposibles,
porque la mano del programador, cual Dios, atronó en mi pantalla, "no pasarás de aquí,
y aquí se romperá la soberbia de tus olas".
En Syberia una vez, fui un ángel caído.

Una vez en toda vida, tus pasos te conducirán a Syberia
y en la decadencia, el vaho y tu frustración esperanzada
te mostrarán su significado simple; hay que llegar a Syberia porque ella llama siempre
llenó tus sueños y moldeó tu carácter. La encontrarás, blanca eterna, vacía
y allí, radiante y perdido,
de los días voraces y las personas serias y los falsos profetas y los secos de imaginación
allí sabrás resistir.

Dundalk luce intrigado una mirada que escruta más allá de la cortina de lluvia y la niebla hacia esa tierra de la que le hablo, que está en la Gran madre Rusia como en los escollos de Blackrock: esa tierra de resistencia y pundonor. Creo verle una sonrisa; hay ocasiones en las que sentirse capaz de aguantar lo que significa un día equivale a tener la eternidad en un segundo, como Katie y yo siendo ella, logramos hace tiempo en Syberia. A veces apago mis ojos, para volver allí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario