Kafka nos dijo que en la lucha entre uno y el mundo, el apostaría por el mundo. Retomando el tema, Camus propuso la rebelión como la actitud correcta ante el absurdo desorden de la vida. Nada es tan claro, por supuesto, y los absurdos y las rebeliones pugnan, expiran, vuelven y se ahogan para volver más fuertes en el seno del tiempo. Si en Kafka el absurdo reprime sin concesiones rebeliones de las que no sabemos nada en procesos opacos, en Camus la rebelión es Sísifo obstruyendo la desesperación de su castigo sin esperanza.
Como tantos otros de mi tiempo, siento que que esa rebelión, quijotesca y faústica es a un tiempo deseable e imposible. Sentimos los muros altos y la imposibilidad de un verdadero encuentro, a la vez que soñamos con la savia de los otros corriendo por nuestras venas en un gesto hacia la mañana. Miramos en busca de los hermosos recuerdos de ayer para sentir ese grito que aleja el frío y el sinsentido del desamparo. No hemos hecho pactos con el cálculo ni la codicia, pero deseamos ser en un momento puro la sal de la tierra, alcanzando cumbres arduas, sostenidos por la bravura ayudada de la inteligencia activa; eso es a lo que llaman fuerza.
Tiene, no obstante, un peligro obvio. Alcanzar la pelada cima de roca despojando de jirones nuestro tiempo, nuestro impulso, el alma. Disolviendo las ganas como azucares en un café espeso, podríamos ser atrapados por nuestra propia ambición encendiendo un fuego que queme los santuarios por querer alabar a las deidades con más ímpetu.
Siento la vida como una de estas divinidades esquivas, a las que no se puede teorizar o buscar; solo someterse a ella y aceptar lo que traiga. Voy a pelear para subir a los riscos, hasta donde el esfuerzo no me vacíe por dentro ni las aves rapaces reinen. Y desde allí, seré el preso consciente de que los muros de su prisión existen, como desde el primer día. Pero ahora el horizonte es demasiado amplio como para divisarlos.
Dundalk se pregunta si seré capaz de mantener ese propósito. Y yo, temeroso y audaz, me pregunto lo mismo.
En esa continua busqueda quizás alcancemos la verdadera libertad cuando, con sinceridad y honestidad, desarrollemos la capacidad de vernos desde afuera, como cuando se contempla la tierra desde la cumbre de una montaña a la que se llega no sin esfuerzo.
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