He terminado "Me case con un comunista", el último libro que me quedaba de la trilogía de Philip Roth en la que usa el alter ego Nathan Zuckerman. Me parecen tres libros soberbios, una trilogía de la destrucción del ser humano por las fuerzas incontenibles de la vida: el poder, el azar, el absurdo. En éste, que me ha resultado en su tramo central algo más pesado que los otros dos, un idealista busca una vida propia que piensa que le ha sido negada.
Una idea oscura me hace escribir estas líneas a vuelapluma, para cuando el azar me traiga de nuevo a ellas y pueda recordarlo: hay grandes conceptos nobles tan luminosos como la luna de agosto y tan letales como el brillo afilado de su daga. Permiten exhibir una virtud superior para llevar a cabo conductas perversas. Esos conceptos, más delicuescentes cuanto más altos, extravían de la vida y alejan de los otros. Crean un remolino estático que trata de imitar fútilmente el desorden creador y destructor de la vida. Quizá ella no sea más que preguntarte por qué hago lo que hago, y soportarte por no poder saberlo. Y no hay otra forma, porque encauzar esa corriente en el estanque de la pureza, la esencial mentira de la rectitud, solo engendra vapores mefíticos.
Aparte de todo esto, las oficinas abren y los estadios tiemblan. Dundalk se prepara para un día de reuniones que nos haga soñar con vivir algún día el verdadero encuentro.
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