Dos grandes lecciones me dejo "La peste" de mi ídolo perpetuo Albert Camus: el secreto del fútbol está en el mediocentro y el ser humano no es una abstracción.
Esta última idea parece obvia, pero no lo es en absoluto, peligrosamente. La realidad hoy no se impone porque interpretaciones abstractas y etéreas de la misma la constriñen y en ocasiones, la niegan. Claro, no es gratis; el precio a pagar es la eliminación de la complejidad de la vida y las personas, usando unos pocos datos y parámetros que nos sirvan de guía y nos encaminen por la senda que nos dicen adecuada. Ese es el miedo a la libertad, la sumisión a una disonancia cognitiva que nos alivie de un mundo sin verdad ni espíritu pero a cambio poblado de conceptos impuestos y un subtexto social que controla con una sonrisa y colores vivos. La duda, el valor de poner un pie en el vacío más allá de lo enseñado y asumido, tirita en el otro lado de la calle, entre los charcos. Pero cuando se vive ardientemente una verdad, o se consagra el tiempo que nos ha sido concedido a mirar la realidad y tolerar la incertidumbre, el premio es inmenso. Apreciar la complejidad y al mismo tiempo, conocer sus límites. Es como probar el sabor de la fruta tras meses de travesía con la garganta seca.
Paso mis días esperando ese momento de súbita comprensión, y tratando de evadirme de los mensajes de moda. Intentando disfrutar cada momento y acción, el deporte, la lectura, el cine, el sol, el humor, el silencio, el declinar del día. No soy quien para hacerlo, pero aconsejo intentarlo. Olvidar los mensajes épicos que necesitan simplificar las causas, los azares, en muecas colectivas, y correr el riesgo de no darle importancia, por poco que uno sea contra la marea de la importancia, más peligrosa cuanto más estúpida. Y saber que probablemente, no servirá de nada.
Dundalk esconde sus cicatrices y sabe que la mayor parte de las historias no son como se cuentan.
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