La naturaleza actúa como decorado y personaje, inclemente. Hoy, como lo creemos dominado, el entorno no opera en nosotros los cambios vitales. En la epopeya intimista de Andreas, su moral adusta, su silencio agradecido y su sensibilidad parca, advierto el intento de encontrar una novela de cada uno, la que escribimos cada día. Logre, supliqué, amé, perdí, ví...todo lo que nos quedará para dejarnos un día, antes de que el invierno se cierna sobre el valle. Quizá estaría bien que a una edad, todos trataramos de escribir un breve manojo de páginas acerca de cada insustituible camino.
La práctica totalidad de los seres humanos que han transitado por este mundo desde el inicio de los tiempos apenas han dejado huella alguna en los anales de la Historia. Sin embargo, hasta la persona más opaca e insignificante acumula en su existencia una suma casi infinita de vivencias estrictamente personales, instantes únicos que conforman una experiencia tan plena como la del más ilustre de los personajes.
Así es. En estos tiempos de exhibición y angustia ante la nada, quizá esta espiritualidad silente y tan ambiciosa como siempre debe serlo, ofrezca una reflexión sobre la vida entre la tierra que alguna nieve cubre en alguna parte, mientras debajo, pacientes, los bulbos tratan de abrirse en el subterráneo. Estos pequeños relatos milagrosos obran un efecto similar; el de examinar con una luz más pura el devenir propio.
Dundalk ha visto los inviernos y las gentes pasar, y ofrece sus espinas romas al vaivén suave de los que aún la habitamos.
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