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miércoles, 25 de abril de 2018

Las cremas de Damocles.25 de abril, 2018.

Silban las balas en la tarde última. Cae un aguacero de burlas, desprecio y repudio sobre alguien, Porque la sociedad ha olvidado que crea al individuo y finge que un individuo rige destinos diversos. Se agitan los matorrales en la estepa endurecida y el viento agita avisos de tormenta. No me gustan las ideas de Cifuentes, pero la buena política se edifica sobre la virtud cívica de los gobernados, no sobre la probidad de los gobernantes. Hemos olvidado todo eso porque nos resulta más cómodo pensar que los políticos son peores que nosotros, y no es cierto. Son iguales que la mayoría, sin defensa moral ante el torrente de tentaciones que el Estado postra a sus pies. Además, no creo que los enemigos de Cifuentes, que debió dimitir cuando se descubrió que mantía públicamente acerca de su capacidad gestora, sean mejores que ella. Y los enemigos son los suyos, como refiere la famosa anécdota de Churchill con un joven parlamentario acerca de los adversarios y los enemigos. Forman un conglomerado popular que evoca al populacho, sin ideas más allá de la gestión del poder por el poder mismo, porque creen que es suyo por derecho propio. Y porque les dejamos tratarnos como a clientes de una empresa defectuosa en vez de como ciudadanos de un estado moderno y avanzado. Me temo que nuestra propia visión sobre el particular aboca a la profecía autocumplida.

La espada de Damocles mostraba una fábula moral sobre el poder, como todos los goces de la vida que promete están en suspenso ante el temor de perderlo en cualquier momento. Hoy se trata de dossieres cutres que enemigos guardan durante años para poner la zancadilla a quien trate de trepar más, porque en España cualquiera que asciende en política, lo hace ensuciandose irremediablemente; es un coto vedado a la honestidad y al desempeño. De nuevo, porque los honestos huyen de ese pantano. Y la vergüenza ajena se apodera de todos los que no cambian las cosas mientras quienes lo hacen carecen de ella.

Dundalk me mira mientras le cuento estas cosas, enrabietado. Él sabe que en otros lugares es lo mismo. Y de cualquier modo, mientras silban las balas y refulgen los puñales en la hora estelar de la corrupción, el mundo se divide en quien no quiere avanzar entre el barro y quien no puede salir de él. Y todo Dios avanza cuentas para ponerse a salvo.

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