Siempre me gustó caminar. Desde que lo hacía por Salamanca hasta hoy, he recorrido mi camino y me ha gustado siempre hacerlo a pie, si había alternativa. Hace un rato lo hice, de nuevo. Es un hábito que me relaja y en el que siento que veo las cosas con mas claridad, más despierto. Creo que es una costumbre que se enraiza en una de las pasiones recurrentes de los solitarios; tratar de conversar con gentes ya idas, épocas pasadas, espectros en los que creemos hallar más comprensión que en los vivos. O quizá es solo que nos apetece nomadear un poco, joder.
El caso es que hay algo profundamente errado en las poblaciones en las que la calle es un elemento extraño. Puede funcionar para las abejas, pero vivir cada uno en su celda no parece una solución de vida. O quizá soy yo, que debo sentar la cabeza y construir mi hogar.
Mientras paseaba, pensaba en cosas ligadas por el hilo extraño y fino de la casualidad. De la vida en casa pasé a la insatisfacción vital y las promesas cumplidas, que son una carga harto mayor que las truncadas, también en el futuro y los barcos que deben aparecer en el horizonte y de que el Madrid va a denunciar al Inter por tocar a Modric, aunque no sabemos donde le han tocado. Que cosas. Mientras iba caminando, el cielo se iba poblando de tiniebla y era hermoso ver el resplandor de las farolas contra la negrura y los muros guiñaban con sombras moviéndose juguetonas. Quizá hayamos perdido mucha capacidad de mirar; cuando alcé la vista, vi contra el horizonte el perfil de una gran montaña que resultaba aún más imponente y recuerdo que pensé que si fuera capaz de alcanzar su falda, llegaría a una puerta titánica grabada con horrores nacidos con el inicio del propio tiempo y esculpida habría formas del infinito descifrado para los que han sido introducidos en ese arte; entre ellas se revelaría una línea de resplandor como si de la fortaleza de un señor oscuro del pasado se tratase y habría un magnetismo esotérico ligado a su poder que me impediría huir, y aunque cayera allí mismo, antes sería testigo de innúmeras maravillas, que no son más que los atardeceres rosados o el viento en las montañas, el rumor de las olas o el secreto ancestral de los bosques. De todos los mundos a explorar, el nuestro es el mas extraño.
Le pregunto a Dundalk que por qué olvidamos estas cosas tan a menudo y me contesta misteriosamente si acaso los pájaros están libres de las cadenas del cielo. Yo también sé que es de Dylan, pero puede que tenga razón, y el mundo moderno este perdiendo la capacidad y la necesidad de alabar que tiene nuestra rara especie humana. Mientras tanto, las nubes siguen aumentando la opacidad del mundo, que espera una espada de luz que cercene sus gasas y nos enseñe a saber contemplar de nuevo.
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