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martes, 15 de octubre de 2019

Saber ganar. 15/10/2019.

El éxito es otro espejismo con el agravante de su efecto embriagador. Es agradable amar el destino y sentir una lluvia cálida mientras la mañana se alza hacia otra selva. Pero el óleo de la victoria, la euforia, la pasión de la cumbre son pasos hacia otra que nunca llega y pueden dejar el alma hecha un ánfora vacía.

¿He tenido éxito? Que sé yo. De momento soy saludable, me han honrado con presencias gratas, las garras del porvenir y del odio no se han cebado en mí y en mis caídas supe como agarrarme para detener mi giro. Soy tan fatalista en lo teórico como aspirante a vitalista en mis días. Trato, en fin, de combinar el pesimismo existencial con el entusiasmo por la vida. Pero no creo que esto sea el éxito. Bien pensado, cuando pienso en mis malas horas, tampoco puedo pensar en fracaso. Son conceptos vacíos que inflama nuestro miedo. Impostores, ya se dijo. Te recorren la piel con un fulgor agradable y mientras te paralizan y engañan en lo que crees que es tu triunfo, te envenenan con palabras y te hacen creer que eres mejor de lo que eres.

Creo en la igualdad, pero no en la equivalencia. Pienso que nadie es más que nadie...si no hace más que nadie, y Cervantes siempre está en mi equipo. He conocido gente peor y mejor, y yo he sido ambos, ay, menos veces lo primero de lo que hubiera querido. He querido vislumbrar el éxito en llegar a ser quien de verdad eres y honrar esa verdad que también se llama decencia, honor, armonía y bravura. Luego he sabido, tarde, pero he sabido, que es el azar y el juego de las causas y los azares los que al final permiten una vida buena en lugar de un caos sin alivios.

 No me he disculpado tanto como debiera, pero he apreciado lo que debía. No he querido humillar, y nunca me ha humillado nada sin una mala intención. He cosechado afectos y cultivado quimeras. No he ganado mucho, pero cuando lo he hecho, he creído importante no darme importancia. Y en un mundo de ira y de estupidez, en el que la mentira es la fuerza que mueve a sus inermes sepultados, he sido feliz a veces. He deseado vivir, y prender esa llama y dar ánimo, "no para el arrogante triunfo, sino para mantener la elegancia, el compañerismo y el humor en la inevitable derrota". Y así, he cobrado algunos triunfos que podría juntar para jugarlos a cara o cruz de una vez y si pierdo, nunca mencionarlo, para seguir adelante ligero de equipaje como los hijos de la mar. Hacia donde la providencia me señale y hasta que oiga la voz que dice que ahí se romperá el sonido de mis olas.

Dundalk atardecía hoy desvistiéndose de su vestido azul claro, jugando con el aire y deteniendo el tiempo en un impacto agradable y súbito.


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