Es cierto que el fracaso es, como el triunfo, un impostor. Ay, tan cierto como ello es que para obrar en consecuencia se requiere una distancia irónica no siempre posible ni deseable, un sub specie aeternitatis que no siempre, ni todos, ni la mayoría de nosotros somos capaces de afrontar hasta sus últimas consecuencias. La vida y el mundo son un jardín de senderos que se bifurcan eternamente y a veces uno piensa que cada camino no tomado pudiera ser una derrota, aunque no sea así. Y eso tampoco importa demasiado; puede que estemos hechos del material con que se construyen los sueños, pero también de lo que sufre, se enerva y se desvanece en la memoria de los otros. Es algo que repta inseguro por la espina dorsal y nubla la mirada, nunca se detiene y derrama, ponzoñoso, un licor de desamparo en nuestros oídos. Es fácil creer que somos peores de lo que hacemos, más desgraciados que quienes habitan las esquinas de nuestras vidas, sentimos que los escollos que arrostramos mientras cargamos la cruz del tiempo son más de lo que podemos soportar. A veces, puede que lo sean. En cualquier caso, llevo más de la mitad de mi vida tratando de aprender a perder.
Cada uno tendrá sus remedios, el mío es inocuo y a veces demasiado débil. Libros y personajes que tengo por más míos que a muchos que veo grises en la calle, frases para resistir,, ironía, amistades y vino. A veces me pierdo en el santuario de los soñadores, que pensamos que hay espectadores de nuestras tragedias y que debemos tratar de hacer que sientan lástima por nosotros para reconfortarnos en la injusticia que nos ha sido cometida. No hacen amainar la lluvia ni aquietan la hoguera, pero estos remedios me aferran a la idea de que a pesar de todo soy el maestro de mi destino y el capitán de mi alma. Lidiar con la frustración no es fácil para nadie. Yo siento en sus peores horas que no me importa, que alguien me hará justicia más adelante, que ignoraré las flechas, que nada es real. Porque nada es real y sin embargo abandonarse a esa intuición evidente (¿quién, dentro de unas pocas décadas invertirá un segundo en pensar que la tierra que habita y sus antepasados revivieron horas amargas que también ellos sufrirán?) es incierto. Porque cuando no queda nada contra lo que rebelarse y algo por lo que seguir adelante no es a perder lo que uno aprende, es a no saber vibrar de nuevo.
Yo doy todas mis palabras por un hombre en paz. Aunque a veces la realidad me resulta ajena y yo no sé como leer en sus labios perversos, trato de saber lo que puedo esperar de mí y a anticipar que no soy nadie para exigir más. Me resigno a lo que no puedo alcanzar y me permito lo que puedo desear. Veo a quienes sufren en la carrera hacia ninguna parte y desprecio su afán que quizá mañana sea mío. No me traiciono y trato de recoger y proveer lo mejor que venga, mientras llega lo malo.
Así que si los sueños se rompen y los intentos pesan. Si los demás agotan y la carrera premia al abyecto. Cuando queda lejos el despertar del alba, y el talento es apartado por la conveniencia. Si la tormenta restalla en los salones vacíos de tu mente cansada. Si el ramo de flores que ofreciste al amor es ya un manojo marchito. Si tus botas se han deshecho porque el camino no es amable y la meta está aún lejos. Si te crees demasiado tonto, o demasiado listo, o demasiado justo y honrado y que no lo mereces. Si sabes que has errado el camino pero ya es muy tarde para volver atrás y la luz de la tarde adelgaza su filo y una duda te invade. Si has perdido a alguien tuyo en un recodo y sabes que su imagen se irá apagando y hará tu corazón más frío. Si te han engañado pero la campana de la verdad ya no sabe sonar y el aire se llena de un silencio espeso. Si un océano de horas te sepulta y te arrastra y al final de su apogeo tus manos están aún vacías. Si desearías no haber aprendido nunca y los parpados se hunden en un mundo al que nunca llegaremos. Si aturde la esperanza y se burla el intento. Si gritas entre las ruinas de palacios que nunca existieron e hiciste para ti con la vanidad que te reporta tu miedo, tu ego y las mentiras con las que has construido tus muros. Si las puertas del cielo no se muestran. Si el placer es amargo y la risa se evade en los huecos de la imaginación. Y temes, y detestas ser como eres, y te preguntas, ¿es que no hay nadie, nada, más allá de esta broma? Si ni siquiera te aguantas a ti mismo porque es demasiado arduo sostener tu bandera. Si abrir los ojos o cerrarlo te devuelve la misma imagen como un muro de noche. Cuando has visto el rostro del futuro y no deseas volver a marchar hacia él y te entristece pensar que no dejarás tu huella en los que aprecias...
Es justo entonces cuando hay que ser más fiero y más humilde, vivir con ello, saber que nada importa en general pero merece la pena para nosotros y estamos dispuestos a pagar el precio. Yo trato de seguir aprendiendo y en las horas más débiles me refugio en los diques que he ido oponiendo a la desesperación. Es una tarea inacabada siempre, en esta carrera loca hacia ninguna parte donde la peor derrota aguarda a quienes renuncian a jugar. Así que voy hacia el río, conversando conmigo (quien habla solo espera hablar a Dios un día) y preguntando a Dundalk referencias sin pasado, miro el río con su memoria incesante y pido al cielo que se nubla que lance lluvia para limpiar las calles y al sol que vuelva para que la hierba alumbre y su lentitud despreocupada guíe los pasos que después volveré a emprender.
Pues el privilegio de la luz es ahuyentar la sombra y su mágico don, ocupar las cosas para que sepamos mirar de otro modo y, aprendiendo a perder, saber que no seremos vencidos.
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