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martes, 9 de febrero de 2021

Bastante tengo con lo mío. Nueve de febrero.

De esta ardiente nieve y del viento que azota la cola del río, del fulgor perverso de estrellas que se esconden tras gasas oscuras de nubes, de la frustración y los ojos cansados ¿se elevará alguna vez el amor?

Vivo en el mejor y en el peor de los tiempos. Tengo el esfuerzo y la sal, el aroma del cedro y la ceniza del pasado, esparcida sobre el olvido no del todo ingrato de quien no ha perdido aún mucho. Tengo el calor y afecto, salud y muchas veces, más de las que merezco, paz. Pero también vivo el mundo intranquilo y crispado de quien no ha visto aún la sangre de los días ni ha recibido la dentellada del odio. Quiero pensar que uno pelea contra ella con jovialidad y abandono de la conciencia de su propia importancia. Pero debe haber algo que hace más vulnerable a su encanto taimado y silencioso. Lo que ocurre en la mente cuando no despertamos, las oportunidades perdidas, la diferencia entre el reino que nos prometimos y el presente agachado entre facturas, acarrear bolsas de basura y el temor de no ser nada nunca.

Hoy hay una guerra entre los que odian para sentirse vivos. Se buscan en los márgenes de las grandes paginas, en las aguas residuales de las fuentes de ciudades en el cielo. Quienes piensan así necesitan agrandar la maldad del objeto de su odio y empequeñecer a todo aquel que no siga su molde. Nos ha tocado un tiempo sin héroes y de identidades asfixiantes: No saltes sobre nadie, clávalos al suelo. Es un recordatorio amargo e inquietante: el odio es mas vital que los sentimientos cálidos y reconfortantes. En la imitación de la vida que a veces adoptamos, el rencor provee de autenticidad y vibración al mundo exhausto.

No es heroico rebelarse contra ello, tampoco, ni mucho menos. Pero deseo hacerlo. Con alegría y levedad, con la brillantez efímera de las chispas. Y responder a quienes desean arrastrar al odio "bastante tengo con lo mío". Es cierto. Cuando uno sabe todos sus defectos, se siente menos propenso a cubrirse con una toga vocacional para alzar su mazo contra el Universo. Perdonar es comprender y aunque exista lo imperdonable, soy demasiado pequeño y bastante tengo con lo mío. Deseo que la vida me permita tener tiempo para seguir creándome; su único mandamiento es llegar a ser quien eres, desbastando de su piedra basta las formas puras y crearse uno mismo. 

La ciudad es un remolino de viento que arrastra las luces y pequeñas bolas de granizo para jugar con los despistados. En los colores que pinta el vendaval, hay un caballero exaltado y animoso, un capitán que persigue al mal encarnado en una ballena y un otro que brilla en sus ojos el resplandor de la tiniebla. Ellos han visto las verdades de la vida en formas diluidas mas poderosas. La vida es corta, juzgar es atrevido, la alegría se escapa antes de que sepamos captarla. Todos saben quienes son pese a todo y piden que yo también lo sepa. Intento saber quien soy. Bastante tengo con lo mío. 
 

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