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martes, 23 de febrero de 2021

Veintitrés de febrero. Akira.

 Nunca he estado en Japón, bien que me gustaría. Querría estar allí alguna vez y tratar de comprender, aunque viajando no se comprende mucho. Simplemente uno se quita ropajes de sí mismo; es muy necesario, tantas veces. Intentaría desentrañar el genio torturado de Yukio Mishima y el refinamiento de toques exóticos (para mí) de Murakami, la magia de Hayao Miyazaki, las flores rotas de Kitano y el enigma gozoso de Akira Kurosawa. Después, sería un turista más, banal y contento de serlo.

En tiempos dominados por la identidad, viene bien conjeturar que quizá la cultura también despoja de prendas de costumbre y entendidos erróneos, de sexo y de opinión, de tribu y lenguaje, nunca tan relevantes.Al buscar los aspectos más ambiguos del misterio humano, ignora lo accesorio; examinando lo que nos separa, resalta una condición humana, más allá de océanos de distancia y tiempo. Esa luz tenue ofrece un fresco tenebrista en el que los ojos necesitan seguir buscando, para no parar nunca. La huella de la precisión no detiene la búsqueda de la verdad.

Kurosawa es quizá el mejor intérprete de Shakespeare en el cine (Orson Welles podría ser otro aspirante) y uno de los grandes creadores del Western, recogiendo y legando en la ribera de su arte un curso limpio y profundo de narración y pensamiento. Con sus samuráis que sufren y experimentan cualquier emoción humana, sus rostros y su vestimenta son irrelevantes. Son Macbeth, Lear, héroes solitarios y cansados y almas bellas que aún no han sido despojadas por el mundo, como los amigos de Dersu Uzala. Quizá era más fácil antes. Quizá deseo engañarme para no mirar la verdad. 

Llueve otro día más, en esta realidad pesada y quejosa que se ha convertido en un trono de sangre. El infierno del odio acecha tras callejuelas iluminadas pobremente. La realidad se desdobla en puntos de vista y la confusión se adentra en los campos, sin samuráis que cabalguen los campos, ni caballeros, ni poderosos que se arriesguen por los débiles. Puede que nunca pasara. Viva Akira Kurosawa. Ya se acercará la mañana allí donde el sol nace. El mar sigue reptando hacia todas las direcciones y hay tantas historias, novelas, películas y relatos por donde quiera que la gente pasa, esperando ser protagonista y poder contarla, o que otros la cuenten, con la crepitación dulce del aroma más cálido, la verdad profunda de la condición humana. La vida late y espera.



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