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domingo, 28 de febrero de 2021

28/02. El Dios abandona a Antonio.

Es cerca de la medianoche. Has salido al balcón. La noche es suave. Las nubes se han retirado y las estrellas lucen majestuosas contra el terciopelo que nos cubre cuando la luz se marchita. Miras a la calle, su calma apacible es un bálsamo contra tu inquietud. La luz de sus antorchas muestra un orden placentero, un mundo avezado y bien hecho, sin gritos pendencieros, de borrachos o de los hastiados por el dolor. La ciudad hace estoicos de aquellos a los que acoge. Hay que apretar los dientes y avanzar contra la tormenta, piensas. No queda otra.

La brisa es cálida; viene preñada de recuerdos. No todos son amables, pero todos te forman. En su fluir, trae hacia tus sentidos atentos un rumor apenas perceptible, un son sutil y solemne del tiempo, que ya viene a por ti. Son restos de naufragios, algunos instantes de triunfo, los planes de vida que fueron errados, lo que diste y quedó ya siempre contigo, lo que olvidaste, lo que has esperado hasta hoy y que no llegó nunca... Son el preludio de todo aquello a lo que debes decir adiós. 

Sabes que no es fácil. Te has preparado para el momento, pero él habitaba en una tierra más amable: el futuro, tu mente, el ancho espacio de lo posible. Ay, ahora restringido a lo inevitable. Cruza bajo tus pies, destella en las luces de los navíos y resuena en el cielo abierto. Tu emoción no debe traicionarte. Sólo serás digno de ella, de Alejandría, la populosa, la llena de prodigios, si sabes darle tu despedida. Sin quejas, sin lamentos de débiles ni veleidosos ruegos. No digas que fue un sueño. No pienses que tus sentidos te engañaron. Para ser digno de ella, da a esas vanas esperanzas el trato que hoy da el inclemente tiempo del ahora al polvo que fue ejércitos: un piadoso recuerdo y un silencio pleno de homenaje, alegría y castigo. Todos ellos son los dones de los Dioses cuando el destino llega. 

La música es más ceremoniosa ahora. Resuena con una vibración que largo tiempo has esperado. Pasa ahora bajo tu lugar y deja un goce postrero, un instante tan hermoso que no debiera acabar nunca. No hay súplica, ni arrepentimiento, ni rencor en ella. Se derrama sobre tu alma y desata una emoción que el paso de los años y las derrotas no han logrado acallar. Aún estás vivo y aún las lágrimas no velan la luz maternal de las estrellas. El fuego nocturno vibra trémulo mientras los misteriosos compases se alejan y se pierden hacia donde no han de volver. Giras tu rostro y contemplas la sombra por donde late el fin de la noche. Deseas entrever un resplandor nocturno, como la sonrisa del Dios que hoy te abandona. No fue un sueño, repites, y al volver, das la espalda a la calidez del aire de la noche, a la luz, la música, al pasado, para decir adiós en un temblor breve y hondo a aquella ciudad hermosa y conquistada que hoy pierdes para siempre.




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