Fue hace mucho tiempo en un lugar solitario y encantado de Castilla y no quiero acordarme de todos los detalles. Solíamos ir casi todos los fines de semana y los veranos. Tuve la fortuna, niño de una ciudad mediana, de vivir parte de la infancia incomparable de los pueblos. Con su rudeza y su franqueza, su vida lenta y sus verdades sencillas sin maquillar. Iba del canal a los chopos, de la acequia a la ermita. Como todos, descubría y creaba un mundo para mí. Quizá ya intuía que el único propósito de la vida es crearse uno mismo. Quién sabe, a estas alturas.
Una noche, tras su día sin tiempo, vi en la tele una película que me llamó la atención. En un lugar donde solo había nieve, aviones lanzaban rayos láser y unos tanques enormes avanzaban pesadamente sus patas. Era una escena de sueño bajo el rumor de las conversaciones de la familia, quizá la cena. La imagen de aquellas películas, más oscura y con menos definición me place más que las más avanzadas ahora, me estanqué allí. Yo iba por las mañanas al bosque a descubrir lo que el azar ofreciese. Por las tardes, jugábamos en las Eras al fútbol y volvía pensando que podría ser astronauta o futbolista. Siempre había comida, cuidado y alegría, para tratar de ordeñar las vacas, sin éxito o sacar a las gallinas del gallinero y correr detrás de ellas para meterlas otra vez dentro. Ahora que no estamos todos, atesoro esos momentos en los que solo había una parte de la vida, la que se mostraba risueña y gentil.
La guerra de las galaxias se me parece algo similar. No creo que su encanto pueda razonablemente ser analizado desde una perspectiva racional. A mí, "El Imperio contraataca" me parece una película estupenda sin matices. En las demás, me dejo llevar. Pasa lo mismo con la fortuna de las infancias felices. El reverso es que uno no se repone de la incomparable felicidad de la infancia, si tuvo la inmensa suerte de tenerla. Creo que es un precio justo. El resto es infancia recuperada en los momentos más altos y navegar la corriente del tiempo, ay, cada vez más rápida.
Ya es noche aquí. Veía a Yoda mientras mi abuela entraba a la despensa, mis padres oían las campanas en un atardecer cálido y la vida era simple y feliz. Ahora las grúas crujen, las luces chillan y el temor, la codicia y la ira parecen ser todo lo que existe. Y sin embargo, todo lo cambia que existiera ese lugar de una galaxia tan lejana. Entre el frío y las dudas, bajo el telón de nubes que da forma a este teatro, las fuerzas menguan, pero aún son copiosas para buscar ese tiempo grato, para volver a casa.
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