Hemos recreado el fuego. Hemos alzado de la prudencia y el silencio un leño ardiente y hemos entrado en el abismo de lo que no se sabe. En su tiniebla, nos rebelamos contra nuestra condición precaria y olvidamos el frío que ha de venir. Ya lo anticipa una corriente gélida que hace temblar nuestra luz, La tormenta resuena allá lejos. Es el tumulto y las cosas de este mundo, agitándose; nunca le hemos importado. El mundo es ahora refriega y memoria torcida, mentira y la tienda donde todo esta en venta y nada puede ser poseído. Tántalo fue también sometido al peor suplicio: pensar que la realidad no le sería vedada. Pero en esa pugna también se puede, como puede Sísifo, ser uno feliz.
Se han sucedido los aros rojizos de los atardeceres, las brisas, las sonrisas y los murmullos del río. Nunca han sido los mismos, y tú también has cambiado, en esa carrera desatada hacia donde nada importa. A veces, ya parecemos vivir allí. Objetos maquinales que un impulso ciego mueve, temerosos de la carga del día. Pero no debería ser tanto, ni tan oscuro: tenemos la alegría de sentir el roce del tiempo, generoso y fecundo. Mancharnos en su cauce, sentir su soplo dorado contra los árboles tranquilos. Mirar adentro y calmar el fuego. Que aliente pero no consuma; que alumbre, pero no muerda.
Cultivar un desapego frugal y realista no parece una mala forma de sentir las ondas calmadas de ese lago apacible. No contar contigo más que otros, ni negarte en la masa sin rumbo. Cada uno debe hacer lo que le toca y vivir sin miedo. Hoy la noche es suave y las luces centellean contra un gris oscurecido, como de hollín sobre un muro que soporta la lluvia persistente. Hay salas iluminadas y vacías que esperan aún a alguien. Quien esta ahora solo mirará las luces elevadas del centro y, si puede escuchar, podrá escuchar un susurro cálido de una primavera que empieza a despertar. Los grandes buques dormitan en el puerto y abren su vientre a las cargas que llevarán a donde no sabemos. El hombre, animal de fondo, busca respuestas en el rumor de la costumbre y la solidez de sus días. El consuelo llega y se va como el pan de los dioses: sin saber por qué. Hay una corriente de paz que aún no sabe salir de esta edad de ira y el mar se acerca y refluye en su baile de siglos, trayendo su sentencia a todos los que aún habitan tierra firme y buscan la respuesta, como de una madre comprensiva, dulce y cálida que les dice a sus hijos intranquilos, con paciencia y quietud sombra eres y al polvo has de volver.
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