He estado viendo estos días Apocalypse, un documental estremecedor acerca de la Segunda Guerra Mundial. Trata las imágenes originales, en blanco y negro y las reviste de color y dramatismo, dándoles una cercanía casi insoportable. Es estupendo y doloroso, reflejo de la guerra más perversa.
Si la Primera fue la más estúpida, creo que la Segunda, que había que combatir y ganar, es en cierto punto ambigua y por ello aún más nociva. Hace de la excepción la norma, pues suele haber mejores soluciones que el conflicto casi siempre, oculta en grandes nombres y conceptos innumerables padecimientos concretos y ha dado al futuro una analogía que convendría usar con cuidado. Si algo reflejan las visiones de todos los que han sufrido una guerra es su deseo desesperado de no tener que vivir otra. Hay un celebre poema de un soldado inglés desde las trincheras de Centroeuropa durante la Gran Guerra, fantaseando con que un tanque irrumpiera en los patios de butacas de los teatros y las óperas donde la buena sociedad apelaba al patriotismo. Siempre fue así, creo, pero el poder encontraba la forma de silenciar el crujir de huesos con fanfarrias. Hay una imagen bastante perturbadora en uno de los capítulos, una aclamación masiva a Hitler en una enorme sala. Aparte de que el nazismo es el culmen de la maldad política, hay en esos rostros y voces algo desquiciado, demoniaco. Es la bestia que lanza a morir a sus envilecidos siervos, el odio que se alimenta del calor del establo. Creo en el concepto de la banalidad del mal, pero quizá haya previamente un mal esencial, rabioso, que rompe las barreras. Contra eso había que pelear, sí, gloria a quienes perdieron tanto haciéndolo.
Mas, sin embargo...por eso mismo, parecen imposturas peligrosas las de aquellos que juegan a ser ellos, que escriben postales desde Stalingrado y crónicas desde el gulag en sofás mullidos, los que no han elegido comprender, sino rescatar el ascua del odio. La historia, como la mar, son sabias por lo que borran. El dolor y el recuerdo de las víctimas es sagrado (aunque la mayor parte de ellas reposa en tumbas sin nombre que han invadido las zarzas). Del resto, es mejor quizá tratar de aprender lo que un ser humano hizo a otro, en vez de conjurar banderas que otorgan inocencia y legitiman el perdón o el avivamiento de la furia. Saber descansar la mano presta para el golpe puede que sea el único gesto verdaderamente humano.
En la pesadilla de la oscuridad, todos los perros de Europa ladran, escribió Auden. Hoy la jauría es el mundo. Hay fanatismo y crueldad y hay algo peor, quienes los jalean cómodos desde un lugar al que no llegarán las bombas. El sol se abre paso entre jirones de cielo. Ha estado lloviendo y se despeja ahora en una luz tan sutil que parece que no llega de fuera, sino que nace de dentro. Es hermoso ver el cielo tras la lluvia y la paz silente que deja. ¿ Y si nosotros fuéramos incapaces de ver lo que hay más allá de la tormenta? Puede que esa oscuridad lejana pero constante nos agite en lugar de darnos reposo y el miedo sea nuestro verdugo y el de los otros. Es tarde para divagar, y de qué sirve. El río corre oscuro, sigiloso, plácido, hacia un mundo en el que lo verdadero permanece contra las llamas de los turbios y pide una prueba de fe, aunque sea incierta como el paso majestuoso de las aves contra esta tarde serena.
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