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sábado, 25 de junio de 2022

Razones para hacer una cama. 25/06/22

No hay razones muy convincentes para hacer la cama después de despertar. Menos para escribir acerca de ello. pero ya sabéis, nada humano me es ajeno, nadie es una isla, etc... No se ven argumentos poderosos para recoger inmediatamente los restos de un desorden que la próxima noche repetirá, cada momento trae su propio afán. El hecho es que el fin de semana, ese momento en el que desertamos de las obligaciones que nos hemos autoimpuesto para tener la cálida coartada de culpar a otros de nuestra desidia (advierta el avisado lector que le incluyo junto a mí en mi lista de arrepentimientos y rechácelos, si quiere), parece un momento en el que todo se puede posponer y todo se puede hacer.

Cultivar un huerto debe hacer bueno al hombre. Me acuerdo de mi abuela recogiendo de la huerta y a mi abuelo cogiendo prestado y usando el motor de la acequia la madrugada que le tocaba para regar los chopos. Saber hacer crecer algo es grato y la visión del espejo de ver crear en nosotros algo nuevo, un hábito. Me pregunto si abrir las ventanas a un nuevo día, una nueva vida y luego expandir las sabanas, la manta, el nórdico o lo que sea es una forma de habituarse a la ilusión de un comienzo, por modesto que sea. 

Puede ser también una celebración del hogar, aunque la casa no sea tuya, aunque estés de paso...y quién no lo está. El reino del sueño es misterioso, tanto o más que el país de las lágrimas. Tener dispuesto un palacio donde vivir la aventura o la desventura que nos aguarda es una suerte de ofrenda a los dioses para implorar su clemencia en los lances oníricos. La angustia y el desamparo son terribles, y todo lo que hagamos para evitarlos, durante el día, pero también en la hora inmediata al despertar acaso cuenten.

Otra razón bien pudiera ser exaltar el ánimo del día. Comenzar con una muestra de orden el incierto viaje que nos espera fuera de casa, donde nada se nos concede y la gente es igual a la otra, a nosotros. Aún queda un lugar que nos espera. Cuando uno va cumpliendo, ay, años, le da más importancia al propio cuidado. O al menos es mi caso. Organizar nimios rituales de cuando en cuando para festejar humildemente la propia existencia, precaria, irrelevante, confusa, pero al fin mía. El cuidado a otros es esencial, el respeto sin límites a su propia existencia, pero también el cuidado propio, la aceptación y la calma. Vivimos en un mundo que tratará de desquiciarte. Te hablará con una voz que reconocerás. Contra el ánimo airado y triste, una mínima muestra de capacidad de control sobre el mundo, de perdón y confianza, puede marcar una gran diferencia, la que existe entre el desolado y el resistente. Nos debemos más fiestas a nosotros mismos, en soledad o en pequeñas compañías. 

Yo tiendo al caos, bien lo sé. Demasiadas veces no he hecho lo que debía, he sido displicente y perezoso, en ocasiones elegí cerrar los ojos. Y desde luego, ni hacía ni hago la cama todas las mañanas. No se trata de querer ser otro, o de crear rituales mecánicos que pierdan de vista su origen y se vacíen. Se trata de encontrar razones para saber que aunque la vida desordene lo que deseas mantener, hay muchísimas razones para seguir peleando y aunque la única salvación para los vencidos es no esperar ninguna salvación, cuando uno dio todo lo que pudo, puede perder con una sonrisa. Cae la noche como si hoy fuera siglos atrás en Troya y un rumor de inquietud asomara desde el mar y el viento empujara levemente las nubes con lentitud perversa. Las luces agonizan. La larga tarde de verano muere exhausta. Los otros buscan también sus razones para avanzar mañana. No hagas tu cama si no quieres. Pero sigue adelante.
 


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