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miércoles, 8 de noviembre de 2023

La tierra de los sueños.

Pessoa tiene un poema muy hermoso, "Tabaquería". Uno de sus versos declama que contiene en sí todos los sueños del mundo. Salvando la distancia monumental, yo también así lo siento. Me ayuda a vivir el alivio de poder ser otro. El viaje embriaga, el cambio engaña, ay, pero es tan dulce. La tierra de los sueños es una penumbra dorada que baña la ribera amena de un río amable y risueño, acogedor y rodeado de sauces y álamos. Es un lugar lleno de peligro. Invita a dormir y a liberarse de toda rutina, toda cadena y todo desamparo. A cambio, el murmullo de su corriente es un olvido de cualquier dificultad y riesgo que hacen la vida merecedora de ser vivida. Pero bajo la niebla es tentador desear tumbarse en la hierba fresca, cerrar los ojos y abandonarse al sueño, contener en uno mismo todos los sueños del mundo.

¿No vivo en la realidad? Puede ser. Cada día me sorprenden ensueños y fantasías de ser otro, vivir en otros lugares, llevar a cabo otros propósitos, ser yo pero mejor, conocer una porción mayor del misterio del mundo. Después, el hechizo desaparece y el condenado que soy se dirige a la vista del Tribunal de un nuevo día, allá donde no ocurre nada. La discrepancia entre el anhelo y la perspectiva cotidiana se convierte entonces en el fruto del mayor anhelo. Y todos los sueños del mundo se convierten en un muro helado que aísla mi esperanza de los objetivos de la vida.

En fin, toda vida es una espiral, supongo; no llegamos a los mismos puntos repetidos, pero recorremos su proximidad en idas y vueltas. Cada oportunidad perdida se desprende como hojas de otoño, pero no puedo evitar volver a verlas y pensar por qué rama me hubiera ido yo hacia otra vida. Son empeños nocivos, claro. Olvido la sobrecogedora fragilidad de todo y me refugio allá donde no hay cambio, ni dolor, ni pérdida. A cambio, descanso en una tierra baldía sin calor ni futuro. En la tierra de los sueños infinitos, poderosa, taimada, sinuosa, seductora y perversa. Y me temo que ya es muy tarde para cambiar algo y me he convertido en un huésped de sus sombras, en aquel mundo escondido en éste.

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo...

La noche es fría, una llovizna esparce gotas suaves que la brisa derrama. Las aves se han escondido. las luces se muestran agresivas, vibrantes. No hay apenas gente y su rumor es muy cansado. La mar parece lejana. El tedio es infinito. Escribo desde mi celda iluminada levemente contra el vendaval del olvido, deseando inútilmente que haya un rastro tras de mí cuando no esté aquí más, de algún modo. Es un afán inútil, pero en ocasiones son necesarios. El camino hacia ninguna parte sale y llega de todos los sitios.





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