Ayer de madrugada, sonó la alarma. Había comenzado a dormirme y no fue hermoso. Me cagué en la puta. En fin, estaba un poco tenso. Uno se va aletargado, inclinándose más y más a la inconsciencia y de repente empieza a sonar la alarma en la calle, llegan los bomberos, la luz se va y los pasillos parecen de hospital de peli de terror y reflejos de las sirenas bailan en la pared.
La luz también se fue. En la cama me daba igual todo, mientras cesara la puñetera alarma, pero recordé que hace tiempo leí lo inconcebible que nos resulta entender cuán oscura era la vida hasta hace unas cuantas décadas. La vida duraba de sol a sol y lo demás era peligro, lo desconocido. Las velas era muy caras. La electricidad empezó ayer. Sí, era una vida sin comodidad, oscura. Que fácil se va de lo peor a lo mejor y cuanto cuesta hacer el camino inverso. En fin, nos hemos hecho bastante quejicas, en la extraña idea de que cualquier protesta es admirable y noble. Es extravagante suponer que preservará mejor lo logrado quien no es consciente en absoluto del logro. Otro fruto más de la idiocracia, supongo: hemos olvidado la realidad implacable de la vida, que no requiere adhesiones ni las pide.
En cualquier caso, agradezco mi vida muelle (he aprendido esta expresión el otro día de Ana María Matute) siempre que sea consciente de ello y sepa arriesgar por lo que merece la pena de ello. Luz, calor, comunicación, cultura, salud, bienestar. La insatisfacción inducida para el dominio manso pretende hacer de cada época un riesgo mortal, mas el peligro está en la ausencia de coraje. La noche extiende su manto entre jirones de nubes negras y estrellas altivas adornan la noche, ancestral y primaria, mientras mamíferos duermen y sueñan, viviendo la utopía de sus antepasados. La luz ha vuelto aquí, y mañana el alba despertará una nueva promesa.
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