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lunes, 28 de noviembre de 2016

Antes del fin

Más Europa y menos España. Leer los periódicos se convierte cada día en una experiencia a medio camino entre la mugre y la psicodelia. O quizá ya no admitimos la creatividad en su justa medida; partiendo de hechos visibles y verificables, la mayoría se lanzan a matizar la realidad tal y como les gustaría que fuera en vez de como es, fenomenologías aparte.

No creo que haya habido dos víctimas más recurrentes de esta manipulación colectiva que la inmigración y la idea de Europa.. Todas han reforzado y aún lo hacen la idea de a tribu primordial, un bosque originario cuyos manes nos protegen de la incertidumbre y la enajenación que traen los otros, los otros que nos gobiernan, los otros que vienen a donde ya vivíamos, los otros que nos imponen, los otros que nos atacan, los otros que no pueden ser como nosotros. Estamos bajando por ese delirio a lomos de, en palabras de Antonio Escohotado, " la mediocridad (que trae la prosperidad), la cobardía, el olvido de la abnegación y de la nobleza, sustituidas por esta especie de baba de lo políticamente correcto". Discrepo de casi todo en esa entrevista, pero se agradece discrepar humildemente desde una guarida sin importancia a un razonamiento y no una consigna o un tweet.

No creo que aún las luces se hayan apagado en Europa y no volvamos a verlas encendidas. No aún. Pero estamos volviendo a niveles propios de épocas pasadas, con el nacionalismo y su miedo innato al futuro y sus soluciones aberrantes y atractivas para quienes aspiran a méritos colectivos al ser conscientes de su falta individual. Quizá la única guerra que merezca la pena librar antes del fin es la del individuo contra la masa, la libertad institucional negativa contra la libertad ególatra masificada y la de la paz de padecer injusticia contra el temblor de saberlas cometidas en nombre de uno. 

Europa ha gestado los peores traumas de la humanidad y ha impulsado alguno de sus mejores avances. Ha aprendido a tejer una trama tenue de colaboración después de yacer exangüe por sus propios crímenes. Hoy mientras demagogos seducen con las mismas recetas que los fabricaron, es hora de pensar que las luces en cada casa europea se encienden y se apagan intermitentemente, y si no las arreglamos nosotros, quizá no volvamos a tener a mano un electricista en el tiempo que nos quede de vida. Y sufriremos abandono. Antes del fin, cuando cada tribu se enorgullezca de lo bueno que hicieron otros ajenos a ella, radicalmente solos y que solo comparten la desdicha de la geografía, recordaremos el espacio vital que ayudamos a quebrar por nuestra desidia y mediocridad.

Dundalk es un lunes tranquilo por la mañana donde las campanadas alcanzan lánguidas los campos verdes y las calles las ignoran, dormidas.



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