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viernes, 25 de noviembre de 2016
"El gigante enterrado". 25 Nov. 2016
Algunos de vosotros tendréis preciosos monumentos por los que los vivos podrán recordar la maldad que padecisteis. Algunos de vosotros tendréis solo austeras cruces de madera o piedras pintadas, mientras que otros deberéis seguir ocultos entre las sombras de la historia,
Este viernes frío, acabo esta magnífica novela
Me gusta mucho Kazuo Ishiguro. Me fascina “Los restos del dia” y disfruto con su literatura maliciosa que impide confiar en lo que sus narradores nos cuentan. Y he disfrutado sobremanera con sus últimos juegos; presentar un escenario irreal para hablar de las atroces (y atroz se ajusta a sus novelas tanto como delicadeza) realidades confuses de nuestro presente, la incapacidad de rebelión y el sumiso abandono de lo que nos parece inevitable en “Nunca me abandones” y la resistencia a mirar lo obvio, fantaseando torpemente e implorando que el olvido nos cubra con su armonía aparente en su último libro, sobre la edad media en la que nos agitamos.
Pues sí: vivimos en un medievo atemorizado con mass media en vez de dragones y trasgos, sueños imposibles en lugar de espadones en manos de guerreros ansiosos de sangre, ilusiones que alimentan y frustran los otros, un amor oxidado, y una textura de la realidad maleada en una trama de creencias absurdas a las que nos aferramos para no perder un sentido ausente. Bueno, al menos estamos más cómodos y tenemos anestesia para las muelas y la angustia. Sentimos la experiencia de los ancianos pisoteada por el furor orgulloso del adulto y el temblor juvenil por el romanticismo de la derrota, el esfuerzo retribuido por el silencio oscuro, la probidad carcomida por la mueca. Tenemos, no obstante, más libertad sexual, más estupidez que nos entretiene y más crédito para no sentir el desamparo de la calderilla del espíritu que sobrellevamos como un fardo amargo. Los antiguos misterios advertían que tras el óbolo al barquero, los viajantes hacia la otra orilla debían refrenar su sed y no beber de las aguas del Leteo, u olvidarían todo; hoy las barcazas se arremolinan en una deriva, no hay orilla a la vista y la sed quema mientras nada nos llama. Se diría que deambulamos bajo la tormenta como si fuera el odio, como algunos personajes de novelas que quizá se parecen a ésta.
Ishiguro cambia paisajes y harapos para hablarnos desde la modernidad siempre aparente, decirnos que somos materia de olvido, devenir sobre la bruma que todo lo arrasa y que aún cuando nos entreguemos a ella empavorecidos por las púas de la realidad, ella subyace como un dolor (y ¿por que no nos rebelamos, por que nos abandonamos, por que enterramos gigantes que hieden?) y que quien quiera visitar ese reino ignoto será quizá más lúcido, improbablemente más feliz, puede ser que más vivo, y ya nunca más volverá para contarlo.
Un libro estupendo,
Dundalk se acoge a la rutina de sus calles hambrientas para ocultar sus escombros, y las aves también se preguntan por qué están presas de las cadenas de su cielo grisáceo, ¿por qué no nos rebelamos?
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