P. “Evitemos buscar siempre lo extraordinario, admirémonos de lo simple y llano y aprendamos a apreciarlo porque desde cierto punto de vista es lo más sublime de todo”. ¿Es una crítica al romanticismo, que valora lo heroico, lo extremo, lo insólito?
R. Sí que hay un contraste con ciertos planteamientos románticos. Pero mi referente más cercano sería el del existencialismo o el de algunas divulgaciones del existencialismo, en las cuales se ha puesto demasiado énfasis en la idea de proyecto y por lo tanto de la realización personal y de éxito. Se insiste en que la vida es proyecto y, por tanto, se busca una realización, una expansión, una cierta aventura, lo nuevo, lo especial, lo singular. Y, desde luego, el éxito, conseguir lo que uno se propone. Frente a ello me parece muy necesario reivindicar la profundidad del gesto cotidiano. Hay cosas que no por repetirse son banales. En lo cotidiano hay mucha sedimentación, hay una riqueza que no puede menospreciarse…
Crecemos para los demás en lugar de para nosotros y lo que alimenta a menudo es desechado a cambio de lo que luce. En mi caso, recuerdo los veranos, el sol, el agua fresca de la acequia, la bici, un balón, la luna, despertar con el día para ir al pequeño huerto y el olor de pan recién horneado como una experiencia tan grata que nunca me recuperaré de ella, porque en es envoltorio llano había una ida de comunidad, alimento y gracia que he perdido persiguiendo lo que nunca será alcanzado. Y admito en un desprecio seco de mí que es tarde ya para regresar. Aunque sigo tratando de destilar, entre mi abandono, el pan, el aceite y la sal, para mirar más lejos.
Dundalk duerme un sueño gris y el viento arrulla sus promesas sobre las aceras cansadas.
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