Hemos visto cosas que nos helaron la sangre; mejor dicho, nos la hubieran helado si el mundo no la hubiera enturbiado tanto. Uno nunca sabe cuál es el punto exacto, menos malo, en el que la libertad y la necesidad encuentra su precario equilibrio para un momento concreto, antes de requerir una nueva reflexión a la luz de lo que acaba de acontecer después. En cualquier caso, quizá abusando de la ignorancia, creo que el miedo y la tecnología han traído y siguen acarreando novedades que se superponen y marchitan a una velocidad más rápida que la vida que nos forma, irremediablemente. Tampoco tendría mucha más importancia si no fuera porque el capitalismo moralista (orejas tiesas cada vez que los amos del cotarro intentan educarnos) llena su boca de inclusión, diversidad y aceptación: está, estamos excluyendo de hecho a los más vulnerables eliminando ciertas formas que han aprendido y añadiendo trabas con las nuevas, que no son fáciles para ellos de dominar.
Se ve en muchos aspectos y yo lo he visto relacionado sobre todo con personas mayores: para ir a pedir algo en un bar, usa el escáner en el código QR, reserva por internet y descarga tu entrada o tu bono, sabe los horarios descargando un archivo, obtén la información deseada en nuestra web. La vida fuera de la red es mejor porque es la vida. Sin embargo, a veces es necesario acudir a ella, aunque no creo que debiera ser obligado para las labores y tareas cotidianas.
A mí me parece triste y nocivo. Primero, por la compasión debida a quienes tienen menos medios; a la soledad de los viejos, añadimos mas barreras de incomprensión y dificultad, aislamiento y olvido. No creo que sea bueno cambiar los usos y costumbres sin dejar una cortesía abierta con quien no puede, o le cuesta mucho, adaptarse y ve que lo que hacía ahora es un desierto extraño. claro, es más barato. Si el papel lo soporta todo, una página de internet vale menos que nada y es el puro cambio materializado. El asunto es que debemos tener derecho a dejar de aprender para seguir en la misma fortuna. Tenemos derecho a no adaptarnos a la velocidad inhumana del reciclaje perpetuo, que vende apertura y oportunidad y ofrece precariedad e irrelevancia.
No es que uno puede hacer mucho, pero supongo que, al menos, uno puede, si sabe, tratar de ayudar a los que pueda, cuando lo vea, y al tiempo reclamar una ayuda para los que no saben, como nosotros no sabemos de otras cosas. Es un tanto frustrante que el saber sobre lo real sea calderilla y la especulación sobre la expectativa infinita sea metal precioso.
Pero, también, me digo, eso no es la vida. La vida es lo que permanece tras las tormentas y cada generación ha conocido y conocerá las suyas. Hace seis días visité el Museo del Prado y bueno, ahí esta todo, como lo está en un libro de Ciencia, un Parque Botánico o un cartel que explica la historia de una ermita ignota o la historia de las sufragistas. Lo que el espíritu de los mejores ha legado al ser humano permanecerá y nos consuela de este mundo agrio. Lo demás, al cabo, no son sino problemas con los tramites porque hay que abaratar costes, porque hay que hacer dinero, porque tenemos miedo. Por eso hay que pedir mas consuelo en lo cotidiano y acudir al arte, la ciencia, la vida, para perder el temor y recordarnos las palabras del poderoso sabio que nos recuerda desde su muerte antigua que quien ha contemplado un día desde su alba a su ocaso, los ha visto todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario