Yo no sé qué ha de pensar quien lea estas entradas, normalmente echadas a un viento indiferente. La verdad es que surgen de ideas repentinas y tras unos minutos de reflexión y brochazos, un poco a humo de pajas. Ojalá lleven un poco de verdad, en ello confío. No hay habla sin misterio. El respeto a la humanidad pasa por el reconocimiento al misterio que yace y es cada ser humano. Acaso esto es relevante recordarlo siempre, cuando el temor inducido apoya el aislamiento y su discurso venenoso subyacente: el otro es un peligro. Nada puedo hacer contra el espíritu de este tiempo. Aspiro a ser inocente, es decir, no turbio. Es algo que he observado en la cultura hoy. El cinismo en todo, la impostación de dureza y dificultad deshonesta, superpuesta a la comodidad y el desvarío de la culpa traficada por mercachifles, pretendidos intendentes de la razón y la verdad como antes los de Dios mandaban a otros al fuego entre el contento de las multitudes.
Tiempos extraños en los que hablar de la floración de los árboles supone callar alevosías, escribió Brecht. No vivimos tiempos mucho más sensatos, me temo. Numerosas alevosías son celebradas o permitidas, en un afán contumaz por identificarlas con la verdadera vida y sepultando las flores en toneladas de basura. Siempre con buenas razones. El mejor engaño del diablo no es fingir que no existe; consiste en vestirse de ángel y apelar a la bondad infinita y militante, que no perdona nada. En nombre de la bondad se juzga, se golpea y se condena a quienes no cumplen los requisitos de la moda. Como si censores, inquisidores y verdugos de ayer no hubieran creído que la sangre de sus víctimas lavaría los pecados del mundo antes de llegar a otra utopía. Hasta la bondad es cínica: si no me cree el lector, pruebe a consumir los productos de entretenimiento actual, queja, rencor, culpa, hojarasca y farfolla que declara lo que no compromete y no arriesga lo que esconde un valor. No acaba de ser coherente: en la era de la sobreinformación, todo mérito es fácil de igualar y toda ansiedad está justificada en una pelea incesante contra un mundo fragmentado de egos débiles y agresivos. Hoy, como en cualquier autoritarismo, la humanidad se comprime y pesa en común, como una masa de carne impulsiva, ignorante.
Hay otra bondad, la útil, la de quien se juega la piel. Esta revestida de candor. La falta de candor en el mundo hace de él un lugar más frío y silente, me parece. Es la virtud de tratar de transformar arduamente la casa que habitamos con compasión mientras los muros se caen y volver a levantarlos de nuevo y tratar de comprender. Perder la esperanza en virtud de la generosidad de su promesa, la pureza del ánimo. A mí me lleva a mis navidades pasadas, vacaciones en el pueblo, el frío en las eras, el humo de la lumbre y el hechizo del brasero, la compañía llena de sorpresas cotidianas y la alegría del corazón. Ojala el sol blanco de los inviernos de Castilla haya operado el prodigio que el sol de la infancia de Camus, para evitarme todo resentimiento. Pero es una tarea siempre incompleta, incesante.
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