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martes, 25 de octubre de 2022

Invisibles flechas.

Hoy la tarde es ventosa y agita la fina cortina de lluvia en una oscuridad que sólo desafía el neón. Pasan las gentes, pasamos, encogidos los cuerpos, tapando las caras, buscando el refugio, el fuego de un hogar, un techo, un fin grato.

La diversidad e inmensidad de las causas me abruma. Se ve mejor en el mundo de la celebridad, el deporte; jugadores que pudieron tener mejor carrera, equipos sobre los que pendió el infortunio, euforias y tragedias que resuenan en el corazón de nuestra incertidumbre en su imitación de la vida.

Un pensamiento que viene a veces, traído por no sé qué brisa, es el de las veces que la casualidad me ha rozado y nunca lo sabré, cómo un segundo, un milímetro separa de un futuro que pudo ser, cielo e infierno ambos siempre posibles tras las revueltas del camino. Me gusta imaginar la oportunidad de una forma diluida y un vaivén, porque siempre vuelven, olas de un mar de posibilidades innumerables que contiene todo lo que pudimos ser y lo que acaso seremos, formando lo que somos, hicimos y formamos una luminosa estela. También como flechas invisibles, portan oportunidades e infortunios que pasan por nosotros un segundo antes o después, a milímetros de dónde estamos, cómo vibraciones en el aire que conmueven levemente sin saber por qué, causas que nunca sabremos. En ese temblor yace la levedad del ser, contrapunto a la robustez del segundo, que se desvanece imprimiendo una huella que queda para siempre.

Un pequeño cambio podría haber sedimentado una vida radicalmente diferente. Dicen que lo que es para ti no pasará de largo. Yo no lo sé. Lo que pienso es que viajamos por un rumbo azaroso en el que a veces estamos en el lugar correcto o desdichado. En algunos lugares, hay un auspicioso signo que nos ronda, que nos toca, nos roza o no nos alcanza. También hay perversos efectos peligrosos, el despiste de alguien que conduce, la ira de otro, el rumor inaudible de la desgracia. Parece una aventura diaria, puede verse así; en definitiva, es la vida. No creo que nunca sepa lo que pudo ser, más allá de los lamentos porque pienso que misteriosos reinos estaban para mí, ni sé como lo estoy haciendo, como aprovecho lo que me alcanza y de qué forma he seguido el camino a través del azar y el motivo. Quizá nuestras vidas siguen raíles invisibles, como migran los pájaros.

Sigue lloviendo y el viento azota mi ventana, en la que las gotas refractan la luz que llega del mundo afuera, el del camarote en el océano y la cumbre modesta en campos de niebla, la de la soledad de las ciudades y el silencio de las auroras, la gloria y el envilecimiento, la generación perpetua de causas y la frustración constante de efectos, de los que solo florece uno entre tantos, el mundo ancho y ajeno de la luz y la sombra. Allí penamos, sufrimos, apretamos los dientes, triunfamos. Tener fe en el rumbo. Amar la trama. Y no penar demasiado por las ocasiones que perdimos. Al final, bajo el repique de la lluvia y el silbido del viento, podemos aspirar a acabar llegando a donde nos esperan.




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