Caen los mitos con fragor en el estruendo de su ligereza hueca y el aire se llena de partículas de polvo que brillan contra el sol rojo que se hunde en el mar. Caen las estatuas de bronce entre los latigazos de la tormenta y el resplandor continuado hace su caída inmóvil. Se abaten los templos, las columnas, los pilares y los cimientos tiemblan mientras ruedan los bloques inconcebibles que ayer guardaban el resplandor apagado del mundo en calma. Se erizan las estrellas en su manto lejano y los bosques ruedan por la colina mordidos por un fuego que resbala entre la noche y sisea astuto. En un alud de las nubes caen las aves del cielo, pájaros extendiendo sus alas como hechizos y el batir de sus alas es un recuerdo de ayer que inquieta con sus presagios funestos.
Cae todo entre el abismo sin gloria ni recuerdo del tiempo, convirtiéndose en un silencio espeso a medida que la caída despoja de peso cada coloso y cada mota fugaz, hermanando su fin. Caen las pestañas y Dundalk y yo contemplamos el sol del atardecer, rojo como la ira de Marte mientras nos preguntamos si alguna vez hemos estado en pie.
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