Este es un fragmento del estupendo poema de Elliott, que modifico un poco para adaptarlo a mi hoy.
Porque no espero conocer jamás
La gloria fragil de la hora cierta,
Porque pienso que no
Y sé que no he de conocer
El único real de los poderes momentáneos
Sin beber allí, donde los árboles florecen, y los manantiales fluyen,
pues –de nuevo– nada hay
Y renuncio a la voz
Y ruego a Dios que se apiade de nosotros
Y le ruego que yo pueda olvidarme
De aquellas cosas que conmigo discuto demasiado
Explico demasiado
Porque no espero retornar jamás
Dejo que estas palabras respondan
Por lo que se ha hecho, para no volver a hacerse
Que el juicio no nos sea demasiado severo.
Porque estas alas ya no son alas para volar
Sino sólo abanicos que baten en el aire
Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Señora del silencio
Calmada y afligida
Desgarrada e intacta
Agotada y nutricia
Rosa de la memoria
Rosa de los olvidos
Preocupada y tranquila
La Rosa singular
Es ahora el Jardín
Donde el amor termina
Da fin a los tormentos
De amor y de su ruina
Las gracias sean dadas a la Madre
Por el Jardín
Donde el amor termina.
Porque no espero retornar jamás
Porque no espero
Porque no espero retornar
A debatirme entre la ganancia y la pérdida
En este breve tránsito donde se cruzan sueños
El crepúsculo por el que cruzan sueños entre el momento de nacer y el de morir
(Padre, bendíceme) aunque no quiero desear estas cosas,
Desde el gran ventanal hasta la costa de granito
Porque no espero retornar jamás
Dejo que estas palabras respondan
Por lo que se ha hecho, para no volver a hacerse
Que el juicio no nos sea demasiado severo.
Polvo somos y al polvo volveremos.
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