Amo la ciencia. No hay filosofía ni arte más inspirador y si me hubiese sido dada más inteligencia, la apreciaría mejor. Hay tantas series, videos de youtube, revistas, en fin, tantísimos contenidos que es maravilloso poder contar con una herramienta que da profundidad a la existencia humana de ese modo. Son maravillas que abren la puerta a la comprensión de nuestro devenir y nos elevan por lo mejor que como especie somos capaces de dar. Lo hacen sin pretensión ni arrogancia, con un sistema de ensayo, error y perseverancia, en una cadena que brota en cualquier lugar y se remonta a siglos atrás. Es una conquista del espíritu humano. Me apasiona la posibilidad extravagante del multiverso. Quizá en un número infinito, tú has sido mi amante, mi madre, mi asesino, mi seguidor o mi compañero en la batalla. También el impulso de los genes para que pervivan en otros, y su instinto lanzado al futuro a través de los cuerpos que se marchitan.
Personalmente, me fascina la investigación del cerebro, moldeado por la evolución para nuestro éxito y no para decirnos la verdad-en-si de las cosas. Quizá esa forma de interpretar lo que nos pasa como un relato sea clave en nuestro éxito como especie (un relato compartido que nos cohesiona para pelear juntos por la vida) y fuente de dramas como individuos atribulados. Quizá el devenir no exista como creemos y los recuerdos y las ilusiones nos sirven para entender mejor el presente, única forma del tiempo. Quizá la muerte no exista, o quizá ya esté en nosotros. Puede que seamos una chispa de conciencia ajena que nos aturde desde otro mundo y nos aleja de lo que nos nutre para buscar lo que nos salva. Pero esto no es ciencia, es mística. Y no me parece mal mientras se admita. Todo lo que eleva dispersa.
Lo que sí me causa tristeza es que el ciudadano actual parezca olvidar los orígenes de su bienestar y comodidad y busque en el pensamiento mágico la respuesta a sus frustraciones. Por qué en lugar del sapere aude, parece temeroso en la orilla de un mar del que no sabemos nada pero nos envía de cuando en cuando, maravillas sin nombre, y airado contra el frío que su soledad libre la impone. Por qué el miedo, a la libertad, a la alegría del descubrimiento, arruina sus posibilidades y amarga su vida. Bien parece que, en la época más próspera y avanzada que nunca se haya visto, muchos ansíen el calor de la ignorancia donde nadie se impone sobre opiniones, gustos y creencias.
Dundalk lo sabe pero deja que nos equivoquemos.
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