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viernes, 2 de febrero de 2018
Los que van por delante. Dos de febrero, dos mil dieciocho.
Hay buenas razones para no formar parte de grupos compactos; básicamente, su cohesión se basa en la simplificación y solo puede agradar a los simples. A cambio, la Historia muestra como la organización de unos pocos se acaba imponiendo a la desorganización de la mayoría.
Hay un prestigio social en ciertos términos que los convierte en peligrosas formas de control social. Se identifican de una forma delicuescente con ciertos conceptos de lo bueno y justo, y muchas veces lo son en sus intenciones, mas pagan el peaje de su desprecio absoluto a la complejidad. En cualquier caso, la lucha de ideas que proponen puede ser beneficiosa, en ciertos casos. Lo que temo y me repele son las vanguardias.
No son especiales a primera vista, ni destacan por agudeza, sensatez o razón. A cambio, son vigorosas e inflamadas de virtud; su solo nombre parece positivo, los que llegaran antes al mañana. Sin embargo, en realidad son los más convencidos de una causa hablando en nombre de todos, esto es, tomando como rehenes a la mayoría. Reducen una miríada de apetitos, convicciones, esperanzas y dudas en una ignorancia que ellos deben corregir con brío. Pretenden una servidumbre voluntaria a cambio de la felicidad del páramo. Resuelven el conflicto, padre de todas las cosas, en altares de virtud donde se sacrifica la disputa para que la edad de oro llegue. Son pastores de la mayoría desubicada. Serían mártires, llegado el caso. Lo que ocurre es que la iconografía tradicional muestra mansos a los mártires, ignorando sus ojos, sin duda llameantes de pasión, y la evidencia; el mártir es aquel que sería un verdugo si tuviese una mínima oportunidad.
Los -ismos no son malos en sí. Quien pretende hablar en nombre de los demás en virtud de un compromiso mayor con ellos, lo es siempre. Dundalk y yo sabemos que los hombres han olvidado esta historia. Pero tú, amigo lector, no debes olvidarla. Amanece un frío seco y los coches pasan, ciegos, hacia el futuro en el que nadie puede saber nada.
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