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martes, 17 de marzo de 2020

Ciudadano Pepe III. Partiendo de 0, azares y audacias.

Extracto del tomo titulado un tanto vehementemente "No me mire así por llevar papel higiénico alrededor de todo mi cuerpo, que Onán y yo somos así, señora" escrito por Pablo Pérez, tercer hijo de Teobaldo Pérez y desheredado después de unos escándalos empresariales que presuntamente le llevaron a declarar que "preferiría que mi nariz siguiera usando un kleenex" en pleno proceso de adquisición de la empresa de pañuelos, que desaparecería un año más tarde:

La primera intención de mi padre nunca fue crear un Imperio. El solo quería ofrecer al culo una superficie donde reposar y a la que limpiar. Pero sin el pánico de las multitudes no hubiera sido nada más que eso. Digo a mis nietos, y no me creen, que cuando era joven, las tetas y los abdominales podían ser tan deseadas como el culo, y se ríen de mí. Hoy un buen culo es lo que más se busca y se dice que la belleza está en el interior.

Desde luego, mi padre supo intuir que llegaría una época en la que la gente sería medida por el esplendor de su trasero, y supo encontrar un punto medio entre los gigantes Pompis S.A., demasiado etérea y centrada en las virtudes solemnes de nuestras posaderas y Tambor Corporación Limitada, con una aspereza en su estrategia empresarial solo comparable a la de su producto. Cuando decidimos comprarla, supimos usar su creación como papel de estraza para los que no tenían dinero o espacio suficiente para acumular papel de calidad en sus casas o almacenes.

El punto álgido de la concepción de una empresa familiar a una compañía capaz de competir con las más grandes surgió a partir de las revueltas después de la proclamación de la Asamblea militar mundial. El papel higiénico sirvió, no sin ironía, como altavoz contra la tiranía, para escribir y enviar mensajes subversivos y sobre todo para alegar capacidad para ser soldado pero una gastroenteritis provocada por cobardía. El big data del papel no era suficientemente apto para verificar esos datos en las superficies alegadas. Hábilmente, supimos sortear nuestros fallos y proclamar nuestra resistencia clandestina, mientras vendíamos papel a los generales para sobornarlos. Yo sé que esto nunca será reconocido por mi familia. Pero es lo que pasó. Después de eso, convertí a uno de los trabajadores en un pájaro chogui. Y el proyecto Zaratustra consolidó nuestra estrategia, de la que fui relegado cuando afirme que kleenex para napia es mejor que calamar en lata.


Extracto crítico de "La fuga del azar", sobre el proyecto Zaratustra:

La idea de que la vida humana estaba determinada por diversos factores y era delimitable atendiendo a factores limitados era un concepto comúnmente aceptado en la época. La investigación estadística, psicológica, genética, social o histórica conformó una antropología revolucionaria: el ser humano es un complejo sistema, pero está sujeto a las leyes de la causalidad. El estudio matemático de los factores natales y la interacción social harían posible la predicción de la conducta de un individuo cualquiera con un margen de error mínimo.

Contrariamente a lo que muchos habían pensado, esta revolución cultural no causó grandes turbaciones; la mayoría había aceptado como igualmente válidos todos los ritos, igualmente aceptables todos los puntos de vista e igualmente legítimas las diversas consolaciones de la muerte. De modo que conocer el futuro no parecía una mala idea, para prevenir injusticias y violencia y proteger inocentes. A la objeción de que la actuación sobre el objeto estudiado modificaría sus resultados se arguyó que la propia infalibilidad del sistema corregiría esos errores calculando la perspectiva más satisfactoria. Fueron días de asombro. El amor fati se convirtió en una prescripción

Sin embargo, el proyecto adolecía de una frialdad que sus críticos anticiparon; el futuro podría ser un lugar más confortable a condición de no saber nuestro papel en él. La pérdida de albedrío y el miedo al fin se conjurarían para hacer fracasar el proyecto. Millones de solicitudes fueron cursadas pero ni una sola de ellas versaban sobre el solicitante o una persona amada (si el amor tenía sentido después del anuncio del fin del futuro). Sin embargo, finalmente la curiosidad se impuso, como los propios investigadores habían previsto; conocer el fin se consideró beneficioso para el disfrute de la existencia. Y tras la negación, la aceptación se impuso. De todas formas, hemos de morir, se decían.

Fue solo entonces cuando se presentó sobriamente el artefacto delicado y atrozmente preciso que había calculado todas las posibilidades de tu vida y la mía; quien nos abandonó, a quienes hicimos daño, que noche pudo cambiarnos para siempre y por qué la razón de esta desdicha sin nombre. Sus promotores afirmaban que ese aprendizaje no sería fútil: nos serviría para mejorar en la próxima oportunidad, si nos fuera concedida, en virtud del principio de la hipótesis más favorable. La población humana no sabía ser tan optimista y temía que el futuro pasado y las opciones anulara el presente. Y sin embargo, miró la máquina, tomó sus datos, vivió como mejor supo y pudo. Procesando trillones de datos, la máquina Zaratustra emitía débiles murmullos, quizá semejantes a un suspiro inocente de satisfacción. El hombre al fin había sido superado.




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