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jueves, 19 de marzo de 2020

Ciudadano Pepe, V. El estado del mundo

Fragmento de la autobiografía de Jenny Fernández Raapalo, activista y líder por los derechos políticos, encarcelada por la Asamblea militar. Ofrecemos esta muestra por su interés como reflejo de una mentalidad lejana para nuestro tiempo y perturbadora para la nueva humanidad.

He vivido el mejor de los tiempos conocidos, pero muy lejos de los mejores posibles, me recuerdo cada día amargamente. He vivido tiempos de confusión y no creo haber sido capaz de desentrañar de entre todos los impulsos de información y acción que recibía, lo que podría servirme, habernos servido. Navegaba en olas crispadas de ira tratando de aquietar mi rincón secreto, aunque a veces no sabía si lograría mantenerlo a salvo.

Como la mayoría de los seres humanos de todas las épocas, también asumí los mitos de mi tiempo por pura pereza. Recibí las ideas naturales de su era. El alma y Dios eran inventos para controlarnos. Todo marchaba cada vez peor por culpa de otros y era la labor heroica de mi generación salvarlo todo por la acción destructiva para crear un mundo nuevo por completo. Me dijeron que la rebelión era una fruta dulce contra un orden abyecto; que el individuo estaba en peligro por la acción de la masa y el capital, amenazado de convertirse en un autómata en manos de quienes ostentaban un poder en la sombra. Finalmente, lo más asombroso, la violencia fecundaba sueños hermosos y el heroísmo recuperaba lo que comprometía en virtud de su sacrificio, resaltado por el aplauso flácido del sentimentalismo imperante, saliendo así gratis. Y por ironías del destino, he tenido que rebelarme contra quienes aseguraban todo aquello y he sido acusada de turbar el Reino de los Cielos de la Idea sagrada y ensangrentada, fuera de la cual no hay rebelión ni salvación posible.

No creía que el reto fuera la rebelión del individuo, sino la de la humildad, sin que todos pretendiéramos ser distintos a todos los demás y arriesgásemos el orden social con frivolidad y vacío espiritual. recuerdo a mi compañera Margaret; le divertían y asustaban los eslóganes que hacían de la rebelión una pradera hermosa, pues había aprendido a saber que las acciones revelaban más que las frases y dudaba que un poder omnímodo financiase a su resistencia; así pues, sospechaba, que el poder verdadero era el que luchaba por la hegemonía y se aliaba con los pobres de alma que deseaban ver el mundo arder para castigarlo por sus frustraciones personales. La revolución renace siempre como un fénix porque promete una libertad por la que nunca habrá que pagar un precio. La potestad de los dioses, no la contingencia humana. De tal modo, veía los ideales y las ficciones de sus años y le resultaba que el miedo siempre primaba en ellas sobre la esperanza. Y de esa forma, supo que la vida era torbellino y cambio y que quien le ofreciera algo seguro, trataba de utilizarlo. Y se desembarazó de cuentos infantiles y de cuantos pretendían fijarlos en la puerta de su vida. Y me llevó con ella, y por ello la gané y ahora la he perdido.

Mi vida no es modélica ni representa nada. Pero intento denunciar la sensiblería que impone malvados y seres de luz con la auténtica sensibilidad, la simpleza que confunde rutina y memoria con falta de pensamiento con pensamiento y humildad y la culpa que envenena la vida por medio de traficantes maliciosos con alegría de vivir y de compartir.

Quisimos unir la bravura con la perspicacia y a eso le llamamos fuerza. Quisimos aunar fracaso y sonrisa, y deseábamos que esa fuera nuestra autenticidad. Tratamos de mejorar el mundo alegrando a quienes nos rodeaban. Esa humanidad que vivía, quizá aún vive su vida mediocre entre barras de bar y oficinas, o campo y cielo. Seguiremos caminando, pues morirse debe ser dejar de hacerlo, por caminos normales y para pelear contra el temor, hemos decidido aceptar este reino de cautiverio y no darle ni un palmo más a la tristeza. No nos hacemos ilusiones; el enemigo es formidable y no tiene piedad. Pero vamos a pelear y la alegría nos envolverá en su mundo para no perderlo.



Jenny Fernández Raapalo
2046-2082

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