Por qué algunos han llegado a creer que es más verdadera la página que describe la infidelidad de la protagonista que aquella otra que se ocupa del amor que siente y le corresponde su pareja, o que tiene más interés una juerga nocturna que tomar el té en un salón victoriano, contemplando un jardín sobre el que cae suave la lluvia, por qué se ha llegado a creer esto, yo no lo sé.
Andrés Trapiello
Dice la maldición tan citada “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Es perversamente sabia, creo. Como nuestra época desprecia la sabiduría en aras de la diversión y el instante en una búsqueda de movimiento perpetuo hacia el olvido, lo interesante no parece una maldición sino un gozo contra el mayor mal; el tedio.
Yo sé bien que el aburrimiento puede ser nocivo y que generar maldad. Tengo la modesta impresión de que muchas crueldades nacen del horror hacia el vacío del tiempo que huye, que la quietud causa molicie y el riesgo puede afinar el músculo del alma.
Pero creo que, como hijo de mi tiempo, vivo como la mayoría deliciosamente amodorrado en una seguridad deseada y culpable que suscita deseos de mostrar rebeldías inocuas y deshonestas. Yo también quiero espíritu y un techo y mis aficiones estereotipadas y mis días entre el calor de lo seguro. Bebo la leche maternal de la tristeza a sorbos que me permitan sentirme distinto y vuelvo por el camino al redil de mis días.
Por eso quizá, a veces tomo partido por cierto tipo de aburrimiento, el de la dulce costumbre que nos forma y nos devuelve la imagen de un espejo frente a la cruel indiferencia de lo que no puede ser nuestro porque pertenece al devenir y se nos escapa. Cierto aburrimiento como sedimento moral de los que nos precedieron y fatigaron sus días como nosotros, construyendo casas, arando campos, echando sus redes a la mar. Un caudal de experiencia que atesorar con cuidado, pues es el patrimonio heredado de hombres sabios que legaron su pelea como cimiento de lo que hoy damos por merecido sin haber luchado por ello. En otras palabras, cierto tipo de testamento inmaterial y colectivo por el que hacemos a los muertos y a los que están por venir nuestros compañeros en la búsqueda de lo mejor.
Pero no siempre es excitante, claro. Uno diría que pocas veces lo es. Como dice Walter Benjamin en un fragmento que me encanta, corremos el peligro de volvernos pobres, de abandonar la riqueza que nos ha sido legada por la calderilla cacofónica de lo actual. Esa riqueza de experiencia muestra lo que otros vivieron antes, y como se enfrentaron a las incertidumbres que nosotros también afrontamos. Generosos, no escatiman en ofrecernos sus errores como teas que pueden alumbrar nuestra oscuridad. Creo que la mentalidad moderna tiene un problema con esto: Siente por el futuro una reverencia que no merece y por el pasado un desprecio que merece aún menos, embarcada en un presente que le disgusta por concreto y deseosa de esquivarlo para encontrar ese tiempo futuro en el que encontrará la verdadera llama. Leí hace un tiempo que el hombre del pasado era provinciano respecto al espacio, atado a su tierra, como el hombre de hoy es provinciano con respecto a su tiempo. Parece difícil negarlo.
Entre los resquicios de la rutina, florece lo espontaneo, lo diferente, la sorpresa que nos salva, esa que hace que los días, casi siempre tan iguales, siempre nos provean de algo distinto. Pero hay que aprender a mirar. Quizá eso es a lo que se le llama lucidez; quizá el acervo cultural no sirva para apenas nada más que saber no chillar indecorosamente cuando la vida sale al encuentro. Tenemos el afecto y el talento de los otros, las lecciones de los que vinieron y el conocimiento de maravillas que los antiguos nunca sospecharon. Tenemos para la compra diaria, salud y quienes nos cuidan y tenemos, aun de forma provisional siempre, la benevolencia hasta hoy del destino. Creo que, insertos en un clima emocional que solo alaba lo diferente y lo divertido, de vez en cuando podemos tratar de equilibrar la balanza dando gracias por la rutina que nos confirma y por la igualdad que nos eleva juntos sobre lo que nos pasa, seco y estéril si no sabemos cultivar nuestro jardín secreto. Entre sus flores escondidas,el pasado puede traer, en sus torpezas y grandezas, la verdad del ahora en el que nos agitamos.
En Roma (bendita sea Italia), en los museos capitalinos, entre variadas maravillas, leí varias lápidas de hombres y mujeres de la antigüedad que me causaron una honda impresión. Quisiera traducir una de ellas, con cierta libertad:
“Para las almas que partieron. Para la dulce Geminia Agathe Mater. Mi nombre era Mater, pero mi destino no fue ser madre. En realidad, no niego haber vivido solamente 5 años, 7 meses y 22 días. Durante el tiempo que viví, disfruté y fui siempre amada por todos. Creedme si os digo que tenía la cara de un niño y no de una niña; solo quienes me concibieron sabían que era Agathe, de dulce temperamento, de apariencia agradable y noble, pelirroja de pelo corto en la frente y largo detrás. Ahora, todos me ofrendáis bebidas y rezáis para que la tierra me sea leve. No desesperéis sobre mi destino, pues son atendidos por Faventius, que me crió más que mis padres y siempre me quiso. Tengo una madre y un padre que me precedieron tiempo atrás, mas nunca lamenté mi destino. Dejo una hermana, de mi madre Amoena, que también llora mi muerte. Por favor, consoladla todos, como a mi familia, recordando los tiempos felices que viví, rezando para que su dolor no aumente y su pesar no exceda los límites. Tú, que esto lees, si deseas saber mi nombre completo, sabe que es Geminia Agathe, robada prematuramente por la muerte y enviada al Tártaro. Esto es todo, nada más puede pasar ya. Esto es lo que nos espera a todos”
Releo esta conmovedora escritura en un Dundalk que trata de mantener la compostura en las oficinas, las clínicas y los supermercados. Me pregunto si la contemplación y la reflexión sobre las verdades universales de la pequeña Geminia Agathe no pueden ayudarnos en nuestras vidas, por acuciantes y perturbadoras que puedan ser. El tedio se derrama sobre un mundo en un baile del temor y la furia, mientras las verdades están esperando a que las cosechemos del tiempo fértil y aburrido al que damos la espalda mientras miramos luces de colores brillantes en esta noche de neón y vacío.
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