Algún día, la conciencia que somos se desvanecerá. Quizá no sea para tanto. Llevo sin ver la magnificencia del cielo nocturno durante centenares de miles de años. Que a veces sienta lástima porque mis ojos de animal curioso dejen de admirarlo una noche y las que la sigan no disminuirá su esplendor indiferente. Por otro lado, el yo es una delicado hilo que anuda las experiencias y las esperanzas en un cendal fino para sujetar la dirección de la flecha del tiempo, esa que apunta a un reluciente mar que imaginamos y no conoceremos. Parece lógico desear que esa experiencia que da unidad a tanto fulgor distinto nunca tuviera que romperse.
Considerando en frío, imparcialmente, somos seres de días. Lo experimentamos de una forma cruel desde hace unos meses. Pero siempre lo hemos sabido. En cada leve inconveniencia y fastidio por dedicar el tiempo a lo que nos desgasta; en los pensamientos que acechan y vuelven aunque no deseemos seguir anclados en ellos; en la pelea por conquistar el segundo para que no nos fluya de las manos y nos deje anhelantes de lo que ya se va alejando de nosotros al quedarse atrás; en la lucha por la verdad y por algo que trascienda la pavorosa fragilidad del ser, hacia la luz más alta en la que encontraremos acaso una respuesta. En cada noche en la que no recordamos nada digno de ser diferenciado y atesorado durante el día que pasó...
Pero vuelvo a divagar y como casi siempre, es acerca de lo que no podrá ser aprehendido. Y sin embargo, me gusta imaginar otros tiempos y lugares alrededor de nuestro inabarcable Universo. En otro sistema alguien escribirá o escribió, pintará o pintó cosas parecidas a novelas, poesía, cuadros, esculturas. Cerca de un sol que puede ser distinto al que nos alumbra, un ser se pregunta por la verdad y el sentido de su breve paso. Frente a un mar de gas iluminado por tres lunas, alguien venderá entretenimientos para el espíritu a otros que se sienten cansados. Mientras un satélite populoso era destruido por una estrella voraz, alguien compuso arte elegíaco para dar valor a los que compartían su trance. Siempre lo imaginado, tan profundo como lo que no vimos. Siempre lo creado, tan posible en el futuro que no hemos de contemplar. Todos dejaremos una breve memoria de nuestro paso, en lo bueno y lo malo, los amigos y los rivales, los momentos felices y las caídas. Poco después, esos planetas, soles, constelaciones, galaxias, también engullirán otros y se irán apagando. Y ese será el momento en el que estas especulaciones, bastante baratas, se confundirán con lo real, cuando sea un recuerdo tan leve que quienes queden no sabrán si en realidad ocurrió, como yo ya no sé si hubo una tabaquería en Lisboa.
Hoy el río sigue avanzando, el viento sigue soplando donde quiere y sé que el sol se esconde tras las nubes que viste de seda blanca. La gente pasea, tratando de sobrevivir como mejor puede. Si hay algo más allá de ese burbujeo incesante de la existencia, es difícil saberlo, mas sé que, ay, algún día llegará en que habrá que decir adiós a todo eso. Parece difícil mantener una conciencia personal tras haberla sentido desde hace menos de un parpadeo de la historia de las cosas. Pero quien sabe. Puede que nuestra concepción del tiempo sea irremediablemente defectuosa, ¿cómo podría ser de otra forma? Somos materia que trata de conocer el misterio que la engendra. Puede que seamos solo la forma en que el Universo se conoce a sí mismo. Bienvenido a todo ello, día de hoy.
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