Es la hostia. Interesarse en España no es interesarse, es morir. Uno trata de no estar lejos y esperar lo mejor, por su gente y por su futuro, pero vive Dios que es difícil. La España de espíritu burlón y de alma quieta siempre estuvo ahí: nunca pasa nada y si pasa, se le saluda. Hay un fatalismo sardónico que queda muy bien como postura, pero que acaba siendo una impostura, se sabe guardar muy bien de lo que no se puede tocar. Hay también un esencialismo excepcionalista que cansa: el país es o lo mejor o lo peor, nunca uno más, con problemas, como todos. Hay clientelismo, corrupción, estupidez, envidia. Hay gente buena, sol, buena comida. Pero ya se me va la perola. Yo solo quería contar acerca de la gente que "hoy escribo sobre...".
Puede que se haya cruzado usted con algunos. Son los que dan opiniones que nadie ha pedido en aceras inocentes. Son la airada respuesta a una pregunta que nadie hizo. Son cuerpos de signo de admiración vueltos a las nubes. Son metralletas de eslóganes, panzers de consignas ajenas. Son la hostia.
Parece que las cacofonías del eco nos atraen misteriosamente. He visto cosas que vosotros no creeríais: autobiografías de futbolistas de 19 años, el uso indiscriminado del término de moda (una vez oí hablar de un talibán de las carreras de caballos), el nacionalismo progresista, gente cercana a la jubilación llamada con diminutivos (Rociíto, Ramoncín, Paquirrín).
Lo que no me esperaba es que la salvación fuera a venir de columnistas. Pero ahí los ven ustedes. Ávidos de temas de rabiosa pertinencia, vinculando asuntos en apariencia alejados para demostrar su lucidez, derrochando estilo punzante e irónico, alumbrando a las masas. Y oye, cada uno se gana la vida como puede, faltaría más. Pero al menos se agradecería menos intrusión y más pensamiento. Porque es todo un reflujo antiguo cubierto de brillantina. Regurgitan lo que han dicho otros mejor, repiten las ocurrencias como ideas, abrasan el matiz en el ejemplo burdo y al fin, se fuman un puro con la conciencia satisfecha de quien ha hecho algo para salvar el mundo.
Son las redes sociales, los libros que les venden sus amigos, los podcasts que rellenan, los despachos oficiales que ocupan, las reflexiones que malgastan, las revistas que asuelan, los platós que visitan y las putas columnas que repiten lo mismo para que los convencidos les hagan la ola. Las élites se han ido de lo común a lo que pueden permitirse sin compartirlo y han dejado a tertulianos de intelectuales y a charlatanes de políticos. Esta es mi aportación al coro hoy: la crisis de representación de las sociedades, cubiertas por subproductos que hacen mucho ruido sin tener nueces.
Ya es de noche aquí. Voy a cenar y a tratar de evitar mucho contacto, no siendo que haya alguien que hoy escribe sobre algo. No siendo que las luces, la luna afilada, el color de los almendros y la suavidad de la noche tengan que ser testigos de la ardorosa columna "Ya sabe usted ahora como somos Onán y yo, señora". Ellos ya tienen su parroquia. No hace falta unirse a rebaños, a estas horas. Porque si no, de qué.
Hoy escribo gilipolleces.
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