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martes, 16 de marzo de 2021

Días de sol. 16/03.

Hay días con sol y días de sol, como hay presencias que nos resultan mortecinas bombillas y otras que nos parecen fuegos salvajes que alumbran los territorios libres. Los días de sol pueden obrar prodigios en el alma humana. Alumbran un cielo más puro y las simas del alma. Cuando la luz baña un objeto o un sentimiento, es distinto a cuando los ilumina. En los primeros casos, parece que la luz les sale de adentro.

No sé si soy yo o les pasa a todos: cuando niño, veía alargarse los días y la calidez que hacía la mañana fresca pero agradable y la tarde inacabable, llena de promesas. A veces, la vida consiste en simplificar, creo. Buscar el vuelo del ave, el cosquilleo del sol y la presencia animosa contra el futuro. Lo que otras veces parece una rutina que aplasta en su rodar implacable, se convierte en un rito donde los pasos cobran sentido. Los sonidos entre los árboles que despiertan, el murmullo de la fuente, los rayos de luz filtrándose entre las hojas. Y todo eso es una riqueza que no precisa avaricia porque es mayor cuanto más se comparte. 

Vivimos encerrados en Universales: conceptos abstractos que ofrecen un marco intangible para nuestros días. Son placenteros, pero fríos. Sienta bien que un sol amigo permita que palabras como madre, mar, sol, alegría,frescor, voz, amistad, luz, justicia o belleza desciendan de su reino puro a una realidad concreta y unan ambos mundos en un éxtasis de melancolía. En ese sentido, el verano de la existencia es también el tiempo en el que nos parece que todo se ha detenido y podemos planificar la conquista del futuro. Es tiempo de libertad y relajo, iluminados por una presencia benévola y muy alta, adonde nada puede alcanzarla. Y entornar los ojos contra el brillo irresistible, y sentir la piel despertar. El verano de la existencia, que para mí pasó sigiloso como un ladrón en la noche.

Hoy el sol había desterrado a las nubes y el viento no brizaba las olas del río. El tiempo no existía por un instante. Caminaba a la orilla sin desear nada. Me quedé mirando el tremeluz del sol sobre el agua, la calma refulgente de su caricia. Sobre ese brillo gozoso, había un pato, tranquilo como ellos saben serlo nadando. Súbitamente, se sumergió, como cayendo en picado hacia la profundidad. Esperé unos segundos, a ver si salía. Debía de estar a gusto y refrescado, no lo vi más. Era lo lógico. Bajo el encanto del agua, ser feliz sintiendo que la luz sigue arriba y nos cuida, no hay que darse prisa y nadar sin preocupaciones. Él se quedó ahí, persiguiendo sombras y volando bajo otro cielo. Yo he seguido caminando, sin pesar ni urgencia, sintiendo besos de brisa contra la piel y el aleteo del día de sol en el espíritu. Las voces tenían un tono más alto y desde su reino, la luz bendecía lo que pasaba. Cuando llegan estos días, hay un deshielo en el alma y una fuerza interior muy poderosa se atrinchera contra el dolor del mundo, su empuje perverso, sabiendo que contra su impulso terrible hay algo en nosotros aún más irresistible empujando de vuelta. 

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