Durante las últimas semanas llevo observando algo a mi pequeña escala que había intuido otras veces. Cierta cantidad de incomodidad parece deseable y demasiado confort arrastra a la molicie. No se puede vivir embelesado en el ocio si no hay un esfuerzo incluso en ello. Yo siento un cierto alivio cuando algún pequeño esfuerzo o tarea lleva una carga añadida. Creo necesario consignar que he vivido una existencia afortunada y feliz así que esos pequeños trabajos suelen ser banales y no deseo los grandes pesares para forjar mi carácter, posiblemente bastante perdido ya. Prefiero el sol al drama y a veces me frustro y pataleo, como tú.
Sin embargo, existe una gratificación instantánea después de elegir un camino algo más arduo; simplemente, saber que aún puedo arrostrarlo y confiar que el día en el que no seré capaz está lejos. Ese sentimiento semiatlético, nietzscheano, de la felicidad: superar una valla, tener el orgullo de estar dispuesto a pagar el precio que cada decisión impone irremediablemente. Una aristocracia del espíritu, en cierto modo. Callar cuando podría quejarme. Apretar los dientes y tratar de alcanzar aquel estado de la mente en la que el estoicismo vence al desencanto, decirme que nada importa salvo lo que haga de mí. No siempre funciona claro. El ideal nunca paga peajes y lo real asusta al fijar un punto de no retorno que las buenas intenciones no pueden aspirar a modificar.
Me pregunto como será el mundo cuando ya no esté. Supongo que tiene algo de mórbido, pero no lo veo tanto así. Para mí, sin exagerar, se trata de saber como serán los inviernos que no veré, si habrá gente sentada frente a una lumbre modesta, como cuando era niño, si seguirán viendo puestas de sol o recogiendo moras, si la vida tornará en torno al Sentido o a la Verdad. Me imagino cómo podrán ser los avances técnicos y el alma de los hombres, si la tentación de lo fácil conserve el misterio de su alma y el arrojo de tomarse molestias dará una luz más cálida a sus días. Es lo que canta Dylan, puedes elegir, pero tendrás que servir a algo o a alguien. Pido que sepa encontrar un propósito, acaso una verdad que me eleve.
Dublín pasa otra tarde triste, como la mayoría estos últimos meses. Lo llamamos pandemia, miedo, prudencia, tristeza, abandono, rabia, pero son mucho más que eso. Entre las nubes oscuras, el viento, las preocupaciones de la gente y las miradas grises, somos llamados. Joseph Conrad escribió "Creí que era una aventura y en realidad era la vida". No creo que haya mucho más. La vida en la enfermedad (el camino brillante y genial mas, ay, tan terrible), en el silencio, en la angustia por el futuro, en las pequeñas alegrías y en las euforias, en el temblor y en el éxtasis. Deseo muchas veces que sea más fácil, pero es mi tarea tratar de hacerlo. Trato de apechugar con lo que decida, sea errado o feliz y llegar a ser una mejor versión de mí. Allá esta ella, taimada y dulce, llena de cargas y presentes. No sabes que dispondrá tu mañana. Ve y pelea. Ella siempre está dispuesta, pero nunca espera.
Vamos, corre, date prisa.
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