Hoy ha empezado la semana santa. Durante muchos años, la religión ha sido parte de mi visión del mundo. Leí hace poco algo con lo que me puedo identificar: aunque sepa que no demuestra nada, el argumento estético me empuja hacia ella. Considero que la mayor parte de lo que cuentan las escrituras cristianas es tan hermoso que merecería ser real. Ya conozco las objeciones a esto: es pueril, es una historia teologizada y la realidad debió ser otra, Pablo creó al Cristo de la fe, etc... Puedo asumirlas. No cejo en mi idea de que literariamente son hermosísimos y su fuerza inspiradora encierra un mensaje sencillo pero que pudiera ser ese que buscaba el nihilista Cioran: dadme un solo pensamiento, pero uno que haga trizas el mundo. Creo que construiría uno mejor luego. Oscar Wilde compartía el juicio acerca de la literatura evangélica, un cuento oscuro de inocencia, caída, redención y duda. No es suficiente, claro. Al final, el creyente es simplemente el que quiere creer, desea algo más.
Personalmente la razón me resulta un muro demasiado alto para el salto de fe que requiere la creencia en un Dios personal. Puedo asumir sin problemas cierto panteísmo, un principio creador que ha puesto en marcha un Universo inconcebiblemente extenso y antiguo en eones. ¿Requiere mayor fe creer en ese principio que asumir una gran explosión desde la nada hasta todo lo que existe y existirá? No lo creo. Simplemente me resulta extraño que un principio creador tan magnífico y poderoso se preocupe por la observancia de ayunos y prescripciones sinuosas. Nada me hace desconfiar de sus portavoces tanto como el silencio de Dios, que puede ser angustioso pero también plácido, y me irrita su utilización para el dominio secular de unos hombres sobre otros. Tampoco creo que la base de la Ley natural deba ser trascendente, aunque entiendo que lo inmanente, la conciencia de nuestro común destino y fragilidad puede ser menos eficaz para mantener la concordia.Como ciudadano de un país de tradición católica, agradezco al menos que su teología no cayese en la bajeza de la doctrina de la predestinación. Pero no es nada dramático ni agónico.Es más prosaico, la emoción me impulsa en una dirección del que la razón desconfía, y al fin, se trata de una memoria sentimental de cuando creía que había ahí afuera algo que me guardaba del desamparo y la desesperanza. Luego crecí y ví que en general a nadie nos importan los demás, no más que al actor el atrezzo que lo rodea para tratar de hacer saber que él es el gran protagonista. Y el señor de la casa no responde cuando golpeo la aldaba de su puerta. No es para mí Dios ni la religión, sino la de saber que cuando no lo necesitaba porque me creía inmortal, acudía a él, y ahora que me angustia desaparecer sin dejar ningún rastro a veces siento que el final del día es un rastro de agua en el que me empeño en rubricar mi nombre en vano y cuando llamo, nada viene. Y malgasto los días, y me acuerdo de aquel señor que dio talentos a sus sirvientes...
Las campanas de Dundalk llaman para entrar a una casa en la que siento que su morador está ausente, pero que espero que algún día vuelva de algún modo...aunque no sea en absoluto tal como lo imaginamos.
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