Leo un tweet que cita a Jean Paul Sartre, "Con el fascismo no se dialoga, al fascismo se le destruye". Leo que se cumplen 80 años del Guernica. Y también ojeo un libro en casa, "La ética del samurai en el Japón moderno". Tres grandes intelectuales y artistas del siglo XX. Desafortunadamente, no muy ejemplares en su compromiso. Y he dicho tres, pero podrían ser tresmil.
Veamos. Sartre pudo colaborar para destruir el fascismo mientras ocupaba París. Los testimonios coinciden en que llevó una vida plácida, estrenó obras de teatro, dió clases en sustitución de un judío deportado al matadero. Picasso fue nombrado director del Museo del Prado por el Gobierno de la República. Ni pisó Madrid ni perdonó una peseta del encargo por su cuadro. Ambos se afiliaron comunistas...después de que estos ganasen la Segunda Guerra Mundial. Mishima no combatió en la guerra tampoco (lo consideró a toro pasado una humillación, pero no hay pruebas de que insistiese en alistarse). Terminó abogando por un compromiso reaccionario y de vuelta al Japón donde los emperadores eran dioses. Su vida, llena de logros artísticos, acabo en un sainete, suicidio ritual incluido.
¿Anula todo esto en algo su valía artística? Ni por asomo. Pero previene de un mal muy común: que quien no está dispuesto a mancharse las manos ni a perder nada avive las llamas simplemente por la satisfacción de su orgullo y la sustitución de su valentía real por un "compromiso artístico" que no vale nada si se desliga del personal. Vemos estos días, cuando con las redes sociales es tán fácil esparcir intimidades, la tentación recurrente de amplificar la maldad y potencia del enemigo para convertir una opinión libre en una resistencia al mal mundial.Es muy cómodo, es bonito, es gratis. Por supuesto que al fascismo se le destruye. Cuando aún existe y aún puede destruir, cuando entraña peligro. No en las páginas de un libro o un periódico lustros después agitando fantasmas.
Miguel Hernández combatió en las trincheras. Volvió a Madrid, invitado por el Círculo de Intelectuales Antifascistas. Se encontró con un cóctel, organizado por Rafael Alberti (quien en cartas conservadas se refiere a sus años en Madrid durante la guerra civil como "su belle epoque"). Así que fue hasta una pizarra que había en un rincón y escribió "aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta". Y fue encarcelado al final de la guerra, donde murió quebrado mientras la mayoría pudo salir a causa de la derrota en una guerra que no hicieron nada por evitar. Salvo escribir poemas y pintar cuadros.
Escribió Chesterton que la fascinación por la brutalidad es la menos valiente de las pasiones. Uno añadiría que la segunda es agitar con el prestigio de la ficción el odio real cuando uno no está dispuesto a pagar el precio que su sacrificio impone. Acaso sea esta una de las traiciones de la mente; pensar que un acto noble que demanda un sufrimiento podrá cancelarlo en virtud de la probidad de su gesto. Es puro Disney (en el peor sentido). Pero así estamos.
Dundalk camina entre la niebla sin comprometerse ni alejarse. Pero sé que sigue ahí.
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