Ahí está la pared que separa tu vida y la mía, cantaba aquel, tu vida y las nuestras, separados por túneles, transparentes a veces, y al avanzar más muros, porque millones de personas han vivido y viven enfrente de muros insalvables, y me quejo y agito por muros que no significan nada, papel no más mientras en todos lados el odio y la estupidez siguen destruyendo a tantos otros. Un privilegiado chillando, porque no sabe hacer más. Y busco otros rincones, porque la intimidad se empareja a la ruina, y lo cubro de hojas de papel vacías, o garabateadas, o rotas. Y en el fondo de todas esos papeles no hay más que ojos ansiosos que no saben lo que deberían mirar. Y vivo así, en mi palacio de papel, vacío y extenso como las mañanas que no saben dar fruto, y camino desolado y perdido, con una corona de maché amarillo, un Rey Lear vulgarizado al que ningún noble viene a anunciar que su reino se pierde y entre el invierno se pierde la cosecha.
Dundalk a veces es ese rey y a veces ese mensajero que me pierde e ignora. Y yo soy el rey y el bufón golpeando la pared con los puños de sal, mientras agonizo.
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